LA HUIDA, parte I
Coordenadas:
Latitud: 56.48921186859196
Longitud: -3.769226368749969
Las luces se han encendido. Esas luces cegadoras que preceden al
maldito gas que llevan semanas utilizando para dejarme grogui. Ha llegado el
momento de poner en práctica lo que llevo días perfeccionando.
Inspiro, espiro, inspiro, espiro.
Tengo que relajarme, ralentizar mis pulsaciones. De este modo
aguantaré más tiempo sin tener que respirar. Sí eso es, lo estoy haciendo bien,
ya ha dejado de existir todo lo que me rodea.
No siento el duro camastro bajo mi cuerpo, ni el toque frío de
la brisa del aire acondicionado sobre mi piel. He conseguido aislarme, lo he
logrado. En cuanto entren y se acerquen a mí saltare sobre ellos y los
destrozaré.
En cuanto entren les infligiré el mismo dolor que me han causado
a mí. No, el mismo no, su sufrimiento se verá multiplicado por mil. En cuanto
entren...
¡Joder! ¿Por qué mierda no entran? ¡Qué coño…
Agudizo mis sentidos, tan solo noto una leve vibración. Algo
pasa ahí fuera. ¡Maldita mi suerte!
Una explosión hace que una camilla vuele por los aires directa
hacia mí. Impacta en el cristal blindado que me mantiene aislado. Mi instinto
de supervivencia sale a flote, salto del catre y me resguardo en el rincón,
acurrucado cubriéndome la cabeza con ambos brazos, asustado. Pero pronto la
lógica gana la partida. Si es imposible romper el panel acristalado —y no es
que no lo haya intentado, siempre en vano— estoy seguro que para mala suerte
mía, o más bien buena en este momento, me protegerá del infierno que se ha
desatado al otro lado.
Efectivamente no estaba equivocado. La camilla se ha estrellado
contra el cristal, quedando hecha añicos, sin embargo el panel sigue intacto.
El tecnológico laboratorio se destruye, es una ruina de escombros y llamas, y yo
no puedo hacer nada, esto es mi fin. Tanto sufrimiento para nada. Resignado me
levanto y me acerco a la puerta de la que ha sido mi prisión durante seis
meses. Miles de chispas salen de los teclados y cableado, es una pena no tener
unas birras, de ese modo podría disfrutar de mi escaso tiempo imaginando que
son los fuegos artificiales del 4 de julio. Si tan solo esas llamas llegaran al
panel de control junto a la puerta, posiblemente el sistema de confinamiento
quedaría destrozado y podría escapar. Tan solo una pequeña y mísera llama. Una
única llama como esa que ahora mismo flota en el aire directa hacia…
¡CLICK!
Atónito ante lo que acaba de suceder, más bien lo que acabo de
hacer con la mente — ¡La puta! he transportado la llama con solo desearlo— la puerta
se abre.
El aire queda atrapado en mis pulmones cuando soy azotado por
una oleada de calor. Inmediatamente siento como mi temperatura corporal baja al
menos diez grados. Doy un paso hacia el exterior y en segundos mi cuerpo se
aclimata, no siento calor y las llamas están a escasos metros de mí. Vuelvo a
retroceder ocultándome dentro de mi celda y automáticamente noto como la piel
se calienta de nuevo. Con un movimiento de cabeza me deshago del letargo en el
que he estado sumido, mas tarde, cuando esté en un lugar seguro me dedicaré a
explorar mis... poderes, dones, dotes inhumanos. ¡Joder, no sé ni cómo
llamarlo! Sabe dios lo que esos hijos de puta me han hecho. Poco a poco a los
oídos me va llegando el sonido demoledor de nuevas explosiones y con ellas los
gritos de horror. Sin embargo es el olor, que no tardo en reconocer, el que
despeja mis sentidos de un plumazo. El tufo a carne quemada, a carne humana
quemada, me hace tener arcadas; por mucho que mis fosas nasales hayan captado
este olor nauseabundo en más de una ocasión nunca me acostumbraré a él. Tengo
que salir de aquí y estoy flanqueado por llamas de al menos dos metros de
altura. Solo espero que los malnacidos carniceros que se auto llaman
“Científicos” sean profesionales y por lo menos, ya que han experimentado
conmigo, que lo hayan hecho bien, sino acabaré como los de ahí
afuera...chicharrón.
Me imagino a uno de los científicos carniceros llegando a casa y
diciéndole a su mujer:
— ¡Cariño hoy traigo yo la cena! Mad recién horneado.
— Mi amor, ¿Mac qué? Macpollo, Macnugget…
— ¡No mi vida! Mad de Maddox, torrezno de Vincent Maddox.
Posiblemente más adelante probaré la teoría sobre controlar y
ser inmune al fuego, ahora es mejor ser prevenido. Mejor coger la manta que hay
sobre la cama, empaparla de agua y salir de aquí pitando como alma que lleva el
diablo.
No pienses, solo corre.
Eso me digo mientras recorro los pasillos interminables que se
abren ante mí. Estoy bajo tierra, de eso no cabe duda, por lo que debe de haber
algún ascensor...
Si, ya lo veo, mi salvación a solo unos metros. ¡Mierda el botón
no se enciende! La puta electricidad. Escaleras, Vin, escaleras, busca las
escaleras.
Una puerta, otra, otra y por fin... ¡Sí! Soy el puto amo.
¡Joder, joder, joder! Ostia puta, ¡Mi cabeza! ¿Qué coño me pasa
ahora? No soporto el dolor, la cabeza me va a reventar. Puta madre... ¡Me acabo
de mear encima!... ¡Los mato, juro que los mato a todos! Pero qué narices me
pasa. Es como si algo quisiera penetrar en mi cerebro. Lo siento, lo noto... ¡Joder,
lo oigo!
No entiendo lo que quiere decirme la melódica y dulce voz. Son
solo susurros.
Vin, relájate, respira, concéntrate… me digo en un intento por
acallar la voz y detener el dolor y realmente lo consigo.
Si, el dolor ya es una leve molestia y cada vez es más clara la
voz en mi cabeza. Y esa voz... ¡Joder como me suena esa voz!
Creo que mi corazón ha dejado de latir. Es ella quien me habla.
Es ella quien suplica en mi mente. Cierro los ojos y me concentro en sus palabras.
—Por favor, ayúdame, ayúdame. No quiero morir.
La rabia bulle en mí y también la determinación. No pienso
abandonarte a tu suerte dulzura. Ha llegado mi momento para hacerte pagar.
Aquí y ahora comienza mi venganza.
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