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Mi eterna condena

La rabia bulle en mi interior envenenando cada parte de mi ser; esa rabia que sería normal sentir si no fuese porque, en mí, nace de un sentimiento equivocado, ponzoñoso.
Lo supe en cuanto los vi. Los dos allí sentados, acaramelados, seguros de estar afianzando sus sentimientos, probando por primera vez las mieles de la provocación, degustando el dulce sabor de lo censurable.
Ella, nerviosa por esa mano que se deslizaba por su muslo de piel satinada; él, excitado por ponerla caliente y hacerla sonrojarse sin ella poder evitarlo.
La cara de ella mostraba las ganas irrefrenables de apartar esa mano y acabar con todo; la de él, dejaba bien claro que se había puesto duro pensando lo que haría más tarde en la clandestinidad de algún lugar solitario.
Y frente a ellos, en mi propio cuerpo una parte de este, ausente y extrañada durante mucho tiempo, cobra vida; y no se debe a que, desde mi posición, unos labios perfectamente rasurados asoman por las bragas ladeadas de ella. Tampoco por el movimiento de su hombro que delata la posición de su mano bajo la manta y el trabajo que esta hace sobre la erección del chico. No, se debe a esa mirada que ella le profesa. Mirada de deseo, libidinosa, mirada que mi depravada alma ansia ver en sus ojos cuando me mirara a mí.
Con un simple “Buenas noches” me despido y encamino hacia mi despacho a auto flagelarme por ser un pervertido; es lo que llevo haciendo este último mes, morirme por dentro por ese sentimiento prohibido que se niega a abandonarme.
Una vez recluido en la abadía de mi decadencia, bajando la cremallera dejo que mi enhiesto pene encuentre la libertad. Es tanto el tiempo de no sentir el cálido y suave tacto de mi polla dura en las manos, que al envolver fuertemente los dedos, esta llora dejando una única lagrima perlada.
Cierro los ojos y busco en mi memoria esa imagen de ella que me servirá para masturbarme. Son esos momentos robados, cuando ella no se percata que la miro, los que se quedan grabados en mi retina. Ya no es mi mano la que se desliza lentamente por mi miembro, sino la de ella, delicada, suave. No es mi pulgar el que frota mi glande sensible, es su lengua rosada quien recoge el sollozo de mi falo y lo extiende. Mi mente ha sucumbido y es la boca de ella la que ejerce presión llevándome a alcanzar un placer inigualable como jamás he sentido. Su sátira mirada dirigida a mí, impúdica y obscena, el desencadenante de sentir en mi mano la ardiente y espesa liberación de mis anhelos.
Abro mis ojos y las lágrimas escapan de ellos cuando veo en la pantalla del portátil la imagen, que noche tras noche, me ancla a la realidad. Yo soy ese hombre sostenido por el ángel de la depravación: sus garras el yugo de mi ser corrompido, su beso la condenación de mi alma y mi eterno sufrimiento la pena que he de pagar.
En la penumbra que la noche otorga, mi alma, como rama quebrada se halla. La soledad y desaliento me envuelven. Un manto de dolor pesa sobre mi corazón. El sentimiento que mi ser alberga bulle en mi interior envenenando cuanto toca a su paso. Me engulle tu recuerdo, nubla mi razón, creyendo por momentos que no sobreviviré a esta perversión; pero las sombras de la noche se irán, desaparecerán. La luz del alba cordura consigo traerá y será entonces cuando mi corazón corrompido, cual ave fénix, resurgirá de sus propias cenizas y blandirá su amor por ti; el honesto, el único a sentir… el paternal.

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