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El club de las Escritoras

Hola a todo@s.
Me es un grato placer poner en vuestro conocimiento esta fantástica promoción que realizan desde El club de las Escritora, club del que me siento muy honrada de pertenecer.
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Un besazo a tod@s y lo dicho... NO PERDÁIS ESTA OPORTUNIDAD.



PROYECTO OCTUBRE 2012: LOS DOS MUNDOS

Un año más se celebra en el grupo la festividad de todos los santos o Halloween. Y qué mejor forma, para los componentes de Adictos, que hacerlo escribiendo. De todas las propuestas la ganadora ha sido Los dos Mundos.
El ejercicio consiste en escribir un relato basado en el concepto de esta festividad, pero debe tratar de esta noche según las creencias Celtas, los cuales profesaban la idea de que esta era una de las noches, donde el mundo de los vivos y los muertos coexistían al caer el velo que los separaba...

Bueno mi relato se basa en esas creencias Celtas e incluso esta enclavado en tierras Irlandesas. Me he tomado la licencia de fantasear , no con sus creencias, pero si con las practicas con el que el pueblo Celta veneraba a sus Dioses. La informacion sobre la que me he basado para escribir el relato, ya digo que dejando volar la imaginacion como suelo hacer, es de la siguiente pagina:




 Espero que sea de vuestro agrado.





VOLVERÉ

Eileen estaba nerviosa, el corazón le latía a un ritmo desenfrenado. Atesoraba entre sus temblorosas manos el sobre rojo que contenía la invitación para asistir a la fiesta de Halloween que su jefe celebraba en el Druids; la mejor discoteca del país por antonomasia. Un local exclusivo para disfrute y deleite de las personas más poderosas e influyentes, no solo de Irlanda, sino del Planeta Tierra.
Durante meses las indirectas e insinuaciones que lanzaba al reservado y atractivo Kenneth no habían surtido efecto, pero esta mañana al recibir la invitación pudo ver algo de luz al fondo del oscuro pozo que eran sus sentimientos.

Se miró por enésima vez en el espejo que forraba la pared exterior del edificio.


¡Sí, lo reconocía!... Disfrazarse de enfermera sexy no decía mucho a su favor, sin embargo era su último cartucho a quemar. El trajecito de marras era el recurso más trillado que te pudieses echar a la cara, pero si vestida de esta guisa Kenneth no pillaba la indirecta y se lanzaba, ella tiraría la toalla.

La chica de la tienda de disfraces le había aconsejado utilizar un ardid para dar al vestido un toque más macabro y acorde con la festividad que se celebraba. El truco, hasta ahora desconocido para Eileen, consistía en llenar un condón con un pringue rojo, que según la gótica dependienta era la mejor y más real sangre del mercado, disimularlo bajo el vestido y llegado el momento pincharlo con el alfiler que llevaba debidamente camuflado en la ridícula cofia; reventando así el látex y dejando una espectacular mancha de sangre salida de la nada y tan inesperada que dejaría a todos con la boca abierta. Y ahí estaba ella, esperando su turno para entrar, con la mano sobre su estomago y palpando el que esperaba no fuese el único preservativo que usara esta noche.


Atacada por los nervios y la anticipación no se percató que el gorila de la puerta la miraba de arriba abajo. Temió que notara lo que escondía bajo el disfraz, aunque dudaba que su barriga fuese objeto de miradas cuando sus grandes pechos rebosaban por el escote amenazando reventar los botones al mínimo suspiro.

No se equivocó.

El hombre clavó la mirada en sus pechos descaradamente. Después de comérsela con los ojos, más tiempo del necesario para su gusto, la instó a entrar poniendo la mano en la parte baja de su espalda.
En cuanto entró en el elegante recibidor, tenuemente iluminado, una chica ataviada con una túnica amarilla se hizo cargo de su abrigo; frente a ella, un chico custodiaba el único obstáculo que la separaba de vivir una noche inolvidable. Cuando el galante muchacho, también vestido con una túnica amarilla, abrió la puerta se quedó petrificada. La dependienta de la tienda de disfraces se la había jugado. Había ido precisamente allí porque era donde indicaba la invitación que tendrían los trajes para la fiesta y la muy pérfida le había asegurado que con el vergonzoso traje de enfermera causaría sensación. No estaba segura que la palabra “Sensación” fuese la más acertada, pero estaba claro que esta noche no pasaría desapercibida entre la marea de túnicas amarillas y rojas que atestaban el Druids. Dando un último estirón al minúsculo vestido Eileen cruzó la puerta en busca de su cita.
Tras unos eternos minutos de ser el blanco de todas las miradas, un musculado torso se pegó a su espalda y unas fuertes manos se posaron sobre sus hombros.






Un cálido aliento sobre su nuca, marcando a fuego su piel, la hizo estremecer.


—Sabía que vendrías… —susurró Kenneth justo antes de comenzar a besar su cuello—. Esta noche obtendré lo que tanto he ambicionado, tú me lo darás —siguió diciendo tras dejar con su lengua un reguero mojado y caliente a lo largo de su hombro.

Eileen tuvo que morder su labio inferior para evitar que un delatador suspiro escapara de su boca al oír su sensual y grave voz.

Kenneth la rodeó colocándose frente a ella; cuando se apartó, y el aire azotó su cuerpo encendido por la excitación, Eileen tembló. A escasos centímetros de su cuerpo, vestido tan solo con una sencilla túnica azul, la presencia de Kenneth era hipnótica para Eileen.
Sus ojos zarcos preñados de deseo; su nariz prominente, que contrariamente a restarle atractivo, acentuaba su aspecto varonil; su boca de labios carnosos y tentadores que anhelaba devorar.
Una vorágine de sensaciones se arremolinaba en el interior de Eileen con cada ínfimo detalle. Posiblemente estos serían usuales en más de una persona, pero únicos a sus ojos cuando se trataba de él.

Luciendo la más seductora de las sonrisas, Kenneth, extendió una mano invitándola a seguirle… Ella, lo hizo sin reservas.
Los invitados se apartaban a su paso creando un pasillo para ellos. Cuando llegaron al centro de la pista la música cesó. Tan solo el sonido de las agujas de un reloj, sonando a través de los altavoces, rompió el silencio sepulcral que se había instalado en la discoteca, fue entonces cuando la puerta, con las letras “Private” grabadas, se abrió. Salieron de ella una veintena de personas cubiertas por túnicas azules idénticas a la que vestía Kenneth, pero a diferencia de él, mantenían sus rostros ocultos bajo las capuchas. En sus manos portaban cirios blancos, los cuales colocaron, uno junto a otro, creando un círculo a su alrededor. Uno de los encapuchados comenzó a prender las velas y cuando todas estuvieron encendidas se irguió frente a Eileen y reveló su identidad. No llevaba los ojos delineados de negro, ni brillaba en su ceja el pequeño zafiro que esa misma mañana había llamado tanto su atención, pero estaba segura que la chica ante ella, vestida con la holgada túnica azul, era la dependienta de la tienda de disfraces.

— ¡Tú! —exclamó Eileen colérica, haciendo amago de abandonar el circulo de llamas que la flanqueaban. Le fue imposible.

El pánico se apoderó de Eileen, quería salir de allí y arrastrar a la chica de los pelos, pero el agarre de Kenneth se lo impidió. Sus manos se habían cerrado como grilletes en torno a sus muñecas, inmovilizándole los brazos a los costados. Con una presuntuosa sonrisa curvando sus labios, la chica quitó el alfiler oculto en su cofia y lo clavó repetidas veces contra su estómago, reventando el profiláctico. La espesura y el olor férreo del líquido que manchaba su vestido advirtió a Eileen que se trataba de sangre y no le resultó descabellada la idea, mirando a la loca frente a ella, que su procedencia fuese humana.

— ¡No me mires así! No somos asesinos, sino Druidas, pero cuando hay sangre de por medio es más rápido… ¿habrías preferido que mi amado Kenneth te hubiese clavado un cuchillo? —declaró su anfitriona, haciendo aspavientos con los brazos para enfatizar su gran acto de conmiseración.

Sintió que sus piernas flaqueaban, y estuvo a punto de caer, cuando el bastardo de Kenneth la liberó de su agarre para salir al encuentro de su maldita mujer. Justo en ese momento, el sonido del correr de las agujas del reloj murió anunciando la llegada de la medianoche. El tiempo se detuvo para ella cuando, al unísono, los encapuchados comenzaron a entonar una oración en gaélico antiguo. El velo que separa este mundo del otro, la inquebrantable barrera entre vivos y muertos, comenzó a caer.

Su respiración se volvió errática; su ritmo cardiaco se disparó; un sudor frío perló su frente y un tremendo dolor de cabeza la hizo doblarse en dos. Vio como aparecían, de la nada, varios entes incorpóreos que avanzaban hacia ella con la promesa de la muerte como esencia. Quería decirle a la perra psicótica que escogía la opción del cuchillo, pero apenas podía hacer que el aire llegara a sus pulmones, menos articular palabra. Sufrió el dolor inhumano que provocaban las fantasmagóricas manos al arrancar la carne de los huesos. Sintió como escudriñaban en sus entrañas intentando extraer algo de su interior y aun así, con los últimos rescoldos de fuerza que le quedaban, Eileen, alzó su brazo y enseñó su dedo corazón a la pareja antes de fenecer.

Por fin todo había acabo. El dolor había desaparecido y sus pulmones gozaban del preciado oxigeno que le fue negado.

—Fáilte go dtí ár talamh ár.[i]

Eileen abrió los ojos sobresaltada al escuchar de nuevo el idioma antiguo.

Poniéndose en pie, giró sobre sí misma.

Los siniestros espíritus que la habían llevado a la muerte ahora eran corpóreos. Vestidos pulcramente con túnicas blancas, custodiaban unos grandes pilares de piedra que formaban un circulo a su alrededor. Tenía que ser una broma, no era posible que hasta en el “Mas allá” tuviese que lidiar con lunáticos como el que tenía enfrente entregándole una túnica blanca para cubrir su desnudez.



—No pienso ponerme eso, ¡quiero volver!…

A pesar de la tupida barba, que ocupaba casi la totalidad del rostro del hombre, ser, ente o lo que fuese, pudo advertir como esbozaba una sonrisa.

—Volverás Mo Mhuire.[ii] El próximo Samhain…volverás.







Gaélico Irlandés
[i] Bienvenida a nuestra tierra.
[ii] Mi bella dama.


Esta noche soy libre

Os dejo mini-relato que he escrito para la pagina de Facebook "Ángeles Caídos". Como era cortito he decidido hacer una pequeña ilustración, si pincháis en la imagen con el botón derecho y abrís en ventana nueva lo podréis agrandar tanto como queráis para poder leer mejor. espero que os guste...



Dulce rendición

Os presento el relato con el que participo en el fabuloso Juego de Verano que mi querida amiga Paty C. Marín realiza en su blog Cuentos Íntimos... Espero que os guste.
(Es una segunda entrega de las andanzas de mi querido Arcángel Miguel, relato que escribí hace unos meses, LIBERACIÓN)

DULCE RENDICIÓN

Atracción, fascinación, tentación en su estado más primitivo es lo que provoca mi presencia. Incitación a lo prohibido, a la lujuria, al placer. Despierto sus deseos, anhelos disimulados bajo capas de falsas conductas. Sus pasiones reprimidas afloran como un mar de ansiedades insatisfechas. Sus cuerpos en mis manos son arcilla maleable; mío es el poder de crear criaturas ávidas por satisfacer sus apetitos. Sometidos al éxtasis, rogando por mi toque, embargándose con su libre albedrío, exentos de culpa. Espíritus puros vencidos por el delirio, extenuados por el mayor de los placeres… la rendición. Pletóricos, saciados y satisfechos. Sus pasiones latentes, en los más recónditos y a veces olvidados rincones de sus almas, son liberadas y con ellas la bestia indómita que los guía hacia su propia condenación.

Un mundo  de éxtasis y placer se ha abierto ante mí; una espiral de sentimientos que embarga mi cuerpo y satura mis sentidos. Ansío más de estas criaturas deseosas de placer, de estos seres rendidos a la emoción de sus impulsos. Las tentadoras exhalaciones de satisfacción escapando de sus labios son como una droga que corre por mis venas enviándome directo al nirvana, convirtiéndome en un adicto desesperado por disfrutar del próximo chute. Quiero más. Nunca tendré bastante de esa abierta lujuria que evidencian sus pupilas dilatadas, de sus cuerpos trémolos y anhelantes, de la libertad de sus espíritus cuando son arrollados por el exquisito orgasmo. Soy un alma sedienta rodeada por un océano de cuerpos ensortijados los cuales me brindan la ocasión de saciar mi sed. Un espíritu hambriento ansioso por devorar los placeres de la carne, esos que ellos gozan y a mi ofrecen.

Tan solo deseo encontrar el sosiego en esta nueva vida, que aunque corta, pues pronto vendrán a mi encuentro, ambiciono disfrutar sin mesura. Eso es lo que busco en este lugar que debería ser de culto. Un templo en el que la esencia elemental del ser humano flota en el ambiente trayendo consigo el delicioso aroma de la unión de los cuerpos. Donde las respiraciones aceleradas, acompasadas, sincrónicas, son la bencina que pone en marcha mi apático ser. Donde látigos y cadenas  no dañan ni esclavizan, sino liberan y excitan. Su desinhibición sexual calienta el gélido corazón del que he sido dotado, bombeando este el líquido vital a través de mi cuerpo, congregándose en un órgano que se alza con ímpetu recordándome lo que ahora soy, un caído.

Recorro el pasillo en penumbras que me guía a mi ansiado destino, impetuoso y desafiante como lo hiciese en el pasado por los caminos del  averno, aun sabiendo que será mi perdición. Varias puertas son las que flanquean mi paso. Encierran tras ellas fantasías, fetiches,  perversiones y vicios inconfesables que aquí se hacen realidad, pero solo una de ellas guarda tras de sí el mejor de los regalos. Solo una confina entre sus paredes de piedra la pureza que mi alma envilecida necesita subyugar hasta la extenuación.
Mi andar cada vez se vuelve más apremiante. El roce del pantalón sobre mi talle erecto envía ráfagas de placer por todo mi cuerpo, erizando mi piel, haciendo que mis piernas comiencen a flaquear. Me dejo arrollar por la anticipación, doy la bienvenida a la dicha divina de sentir; cedo al deseo como lo hace la manilla bajo mi mano.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al cruzar el umbral de la puerta. Él está aquí, siento su presencia. Frente a mí. Al amparo de las sombras que otorga el foco de luz cenital que pende en el centro de la estancia, el cual solo ilumina una gran cama de impolutas sábanas blancas sumiendo el resto de la mazmorra en la oscuridad.
Por unos segundos me dejo embargar por la paz y serenidad que mi querido hermano infunde en mí, tentándome con su silencio al arrepentimiento; silencio que es roto por la casi imperceptible plegaria eufónica que escapa de los labios de la bella joven encadenada a mi diestra. Su mera presencia aviva mi necesidad y un estado de euforia me arrolla sin poder evitarlo.

No quiero evitarlo.


La premura por gozar del tacto de la delicada piel de Sara bajo mis manos hace que urja en mí la necesidad de acortar la distancia que me separa de tan bello ángel. Un torbellino de emociones recorre mi interior cuando, por fin, me dejo arrastrar por mis instintos y mis manos encuentran la dicha de su piel.
Sincera felicidad siento al tocar sus pechos turgentes. Suprema satisfacción al hacer que sus suaves pezones rosados se endurezcan renaciendo como encarnados guijarros bajo las yemas de mis dedos. Cruda necesidad por devorarlos como hizo Adán con la fruta prohibida del Edén. Arrogancia y superioridad al arrancar de sus carnosos labios un gemido de placer cuando mi boca se amamanta de su brote enhiesto, reverberando éste en la diáfana estancia, penetrando en mí, poseyendo cada ínfimo rincón púdico que mi alma aun pudiese albergar y el cual a partir de ahora llevará la mácula del pecado. Deleitándome y regodeándome como el más vil de los seres con la provocación que suscita mi lengua entre sus pechos, en su cuello, creando un mojado y ardiente camino hasta sus carnosos labios.

Ahora sé porque se nos ha vetado esta dicha a lo largo de los siglos, nunca sentí tal dominio en mi vacía existencia. Ni al blandir la espada en Su nombre, ni al impartir la tan sobrevalorada justicia divina, me he sentido tan poderoso como al obtener la gloriosa rendición de uno de Sus hijos.
Me despojo de las ropas que encierran el animal indómito en el que me trasforma el deseo. Mi cuerpo de palidez marmórea, músculos cincelados y espíritu aterido es engullido por el fuego de la pasión. Consumido por miles de llamas que a su paso convierten lo que un día fue honestidad y castidad en amargas cenizas. Solo hay un propósito para mi, dominar, someter, poseer.

Me abalanzo sobre ella como un animal famélico sobre su moribunda presa y enmarcando su rostro con ambas manos devoro su boca como sí me fuese la vida en ello, sin delicadeza, sin compasión. Mi lengua penetra en su boca con la misma ferocidad que mi pene, duro como alabastro, desea hacerlo en su sexo. Nuestras lenguas se enroscan en un baile salvaje, se avasallan y a la vez se dan tregua, saboreando  al unísono el deseo que nos ciega, silenciando los gemidos con nuestro beso, bebiendo ambos de la dulce pasión que sentimos. Mis manos vagan por el contorno de su cuerpo en busca del tan ansiado lugar en el que mi polla suplicante desea morar. Acaricio sus pechos, su estrecha cintura, sus redondeadas caderas y su firme vientre hasta que se pierden entre sus piernas, encontrando el tan ansiado tesoro bañado por las mieles de su deseo. Mis dedos se impregnan de su esencia, resbalan por sus pliegues en una lenta caricia que a ella le hacen gemir y a mí perder la cordura. Clavando los dedos en el interior de sus muslos la obligo a separar sus piernas y presiono mi duro, anhelante y dolorido pene contra su sexo mojado. La fricción de piel contra piel, carne contra carne es sublime. Mi respiración se acelera, mi pulso se desboca y sus sollozos de placer son un canto celestial, comparable al escuchado tiempo atrás en los cielos, cuando mi glande tienta su entrada.

El rostro de Sara, mezcla de incredulidad y admiración, me desvela la cercanía de mi hermano incluso antes de sentir su cuerpo tras de mí. Antes de notar su cálido aliento lamer mi piel, erizando cada vello de mi cuerpo y haciéndome estremecer.

—No lo hagas Miguel. No condenes su alma pura ni mancilles su virtuoso cuerpo. Ella es uno de los bendecidos, un Elegido.

Sentimientos encontrados danzan en mi interior: alegría de que mí amado Rafael haya sido enviado y no un ángel ejecutor y a la vez pena, pues será a él a quien tenga que dar muerte sino sucumbe a la tentación, al divino éxtasis.
Una protesta escapa de los labios de la dulce criatura encadenada cuando la privo del placer de mis caricias y, con una delicadeza hasta ahora nueva para ambos, la libero de sus ataduras para posicionarme tras de ella sosteniéndola contra mi anhelante cuerpo. Enredo mi mano en su cabello y tiro de él hasta dejar su cuello expuesto a mis labios mientras pródigo tortuosas caricias a su sensibilizado y duro pezón.

—Mírala mi amado Rafael. Mira a esta inocente criatura que ha sido señalada por Su dedo. Negándole con ello el derecho a la vida que Él mismo le otorgó, despojándola de su libre elección, esa en la que tanto Él se ampara. Siente su deseo como yo lo siento, su necesidad de entregarse a mis caricias.

Una exhalación de placer nos es regalada cuando mi mano se posa en su sexo y presiono su clítoris inflamado.

—Que no debo hacer según tú, ¿Librarla de un destino como fue el mío y sigue siendo el tuyo?
La dulce Sara en mis brazos se rinde al éxtasis cuando mis dedos penetran en su sexo y comienzan una danza primitiva que es acompañada por el movimiento de su cuerpo.

Sus pequeñas manos buscan frente a sí el afianzamiento que la mantenga en pie, encontrándolo en los anchos hombros de mi amado Rafael. Ante su desesperado toque la inmaculada piel de mi hermano se perla de sudor, su alma se resiste, pero su cuerpo sucumbe y su falo, hasta ahora inerte, se endurece y alza en toda su grandeza equiparándose en magnificencia a sus blancas alas. Los delicados y suaves sollozos flotan en el ambiente como una melodía divina que nos transporta a los tres al paraíso de los sentidos. Somos envueltos por nuestras respiraciones arrítmicas y aceleradas, arrollados por el aroma embriagador de la liberación de la hembra entre nosotros.

Como un muñeco al que le han sido cortadas las cuerdas, el cuerpo laxo de Sara, descansa contra mi torso, la alzo y la traslado a la cama. Con paso firme acorto la distancia que me separa de mi hermoso Rafael, manteniéndonos la mirada, azul contra negro, claridad contra oscuridad. Su rostro de rasgos cincelados acelera mi corazón, temo que este deje de funcionar. Su cabello negro como el ala del cuervo cae sobre sus anchos hombros resaltando sobre su nívea piel. La necesidad de tocarlo obnubila mi raciocinio y sin apenas pensarlo trazo con mis dedos un camino sinuoso a lo largo de su torso, lento y suave hasta su pelvis, delicado y sutil sobre pene. Bella inocencia es su rostro de grandes ojos cerrados y tentadores labios entreabiertos. Sincera dádiva su cuerpo desnudo y puro, timorato por el deseo, ávido de mis caricias.

Lo marco con mi calor. Lo mantengo contra mí, mis manos son grilletes en sus caderas. Aferro su apretado y firme trasero clavando mis dedos en su carne, levantándolo, apretándolo contra mi cuerpo mientras mis caderas se mueven, trabajando mi erección con un suave movimiento deslizante entre sus muslos, pero no es suficiente.

Necesito más.

Sus alas blancas se extienden en todo su esplendor y, como una parte más de él, sus plumas se unen a tan deliciosa experiencia. Desde mi nuca, por la espalda, acarician, trazan ligeras y cálidas caricias que hacen que mis uñas muerdan la carne de su delicioso culo.

—Sí, Rafael —gruño en su oído al sentir sobre mi abdomen el líquido preseminal que fluye de su anhelante glande.

 Poso mis labios sobre los suyo invitándole sin palabras a unirse a mi cruzada, tragando su gemido cuando nuestras lenguas se encuentran. Lo llevo conmigo hasta los pies de la cama y me subo a ella, instándolo a que me siga; y él lo hace.

Tumbada sobre la cama y abierta de piernas, dejando expuesto su sexo rasurado para deleite mío y de Rafael, nuestra sensual prisionera coge mi mano para posarla sobre su sexo. Su coño se siente como un volcán, listo para entrar en erupción, sus jugos deslizándose entre  los sensibles labios, preparándola para una invasión que está decidida a aceptar.

Las alas de Rafael la tocan, subiendo por sus piernas mientras sus músculos se contraen por el contacto y el placer sensual que otorgan las suaves plumas. Sonríe y avanza lentamente hacia ella sosteniéndose en manos y rodillas. Su clara mirada se clava en la mía como un puñal de deseo y lujuria, lapidando cualquier rastro de conmiseración que pudiese quedar en mi interior. Como la serpiente del edén, repto por la cama de forma sibilina hasta posar mis lascivos labios junto a su oído, tentando a mi cándido congénere con mi susurrada voz, ronca por el deseo y la necesidad.

—Libérala de su angelical destino. Alimenta tu alma con la pasión que te ofrece su virginal cuerpo como lo hará la mía.

Su miembro palpita en mi mano izquierda mientras le prodigo caricias. Desde la base hasta el glande, recogiendo la humedad con el pulgar y extendiéndola a lo largo de su polla, dura como el mármol, suave como algodón. Mi mano derecha acaricia el resbaladizo y empapado coño de la criatura ante nosotros, empapándose mis dedos con su espesa crema cuando los introduzco en su cálido pasaje, rozando ese pedazo de cielo en su interior que hace que su cuerpo tremole, ofreciéndome el mejor de los regalos, su aceptación. Poso mis labios sobre los suyos, acariciándola con mi lengua hasta penetrar en su dulce boca, entregándole un pedacito de mi alma en este exquisito beso.
La recompensa por lo que acabo de ofrecerle no tarda en llegar. Su útero sufre espasmos alrededor de mis dedos e inmediatamente los retiro y los llevo a mi boca, deleitándome con su aroma almizcleño y su sabor exquisito, inédito hasta ahora para mí y al cual sé que me volveré adicto. Obtengo una lastimosa queja por su parte al privarla de su liberación, pero pronto es reemplazada por un suspiro de placer cuando guío la erección de Rafael hasta su entrada y siente la punta roma de su glande presionar.
  
Ante mis ojos, el pétreo e ingente pene de Rafael, se pierde en el interior de su estrecha vagina, desapareciendo unos segundos para volver a aparecer. La erótica imagen de su talle impregnado por la deliciosa melaza hace que desee capturarlo entre mis labios y limpiar tan placentero manjar con la lengua. Darle placer a mi bello Rafael, hacer que se corra en mi boca y tragar la esencia de su liberación. Es un capricho que luego, cuando hayamos salvado la vida de la joven Sara, me concederé.
Rafael vuelve a hacer frente a su ardua tarea, su piel esta perlada por el sudor, su pelo se pega a su rostro y sus ojos destellan la salvaje necesidad de poseerla y que reprime para no dañar a la hembra. Se contiene, sus músculos tensados y su mandíbula apretada evidencian su tortura y aún así, sujetando sus caderas, embiste una vez más; despacio con férrea voluntad.

Por mi parte yo no reprimo mis instintos y aferrando mi dolorido pene comienzo a masturbarme ante la mirada cargada de gula de nuestra amante. Una sonrisa se dibuja en su ovalada cara y no necesito más invitación para pasar mi brazo bajo su cabeza y acomodarla para que albergue mi gruesa verga en su cálida boca. Sus suaves y rosados labios envuelven mi glande, resbalando por mi erección, raspando con sus dientes, humedeciendo con su áspera lengua. Una dulce y tortuosa caricia hasta hacer que mi miembro desaparezca casi por completo en su húmeda y cálida boca en el mismo instante que Rafael comienza a enterrarse en su cuerpo.
Conteniendo el aliento, nuestra dulce Sara, separa todavía más las piernas para aceptarlo por completo. Rodeándola con los brazos, y clavándole los dedos en las nalgas, Rafael la alza y establece un ritmo implacable, lento y profundo. Con cada envite se fricciona contra ese sensible lugar en su interior. Cada vez que la llena sus labios se cierran sobre mi polla ejerciendo una presión que me lleva cada vez más cerca a mi propia liberación, haciendo que folle su boca salvajemente.
El sonido errático de la respiración de Rafael, la forma en que ahora empuja, con más fuerza, más rapidez, constata que él también está cerca. Impregno mis dedos con saliva y acaricio su clítoris, enervando las terminaciones nerviosas de su rígido brote, haciendo que sus músculos se tensen y que los desbocados latidos de su corazón se aúnan a la demandante excitación que corre por sus venas.

—Ángel, córrete con nosotros.

Por un segundo la tierra deja de girar y el mundo deja de existir cuando su mirada reverbera la sumisión de su cuerpo. Somos tres seres sincronizados en una danza carnal. Alma y cuerpo se fusionan creando un estado de conciencia donde sólo hay cabida para el placer, llevándome de nuevo a ese lugar donde mis ataduras se rompieron y fui libre.

Alzando el rostro y conectando las miradas, Rafael y yo, rugimos como animales la llegada de nuestra liberación. Con un largo gruñido, y sin aflojar la fuerza con que la abraza, Rafael eyacula llenando a Sara con su semilla. Yo me derramo en lo más profundo de su garganta, ahogando su alarido de éxtasis y abandono con mi pene. Seguimos embistiendo hasta que los gritos y gruñidos dan paso a los gemidos y jadeos, hasta que nuestros movimientos se vuelven un lento vaivén. Liberándola de ambos miembros ya saciados nuestros cuerpos quedan completamente laxos tendidos junto a ella. Poco a poco, nuestras respiraciones se vuelven acompasadas, los latidos del corazón se ralentizan, trayendo la bienaventurada calma a nuestras almas.

Siento sobre mis labios una tierna caricia de dedos trémulos, los cuales reconozco antes de abrir los ojos. Beso sus dedos, la palma de su mano y mirándole a los ojos le trasmito el respeto y el amor que le profeso. Unas alas negras se alzan ahora en su espalda, alas que unidas a las mías nos envuelven en un manto de oscura y dulce rendición.



Hoy hemos conseguido salvar a una inocente criatura de una muerte temprana. Su alma pura, su cuerpo virginal ya no será reclamado para pertenecer a su corte de ángeles. Ya no estoy solo en la tierra, mi amado ángel caído Rafael será mi compañero. Serán muchos los que vengan a por nosotros, pero juntos libraremos la batalla, hasta entonces solo queda abrazar este paraíso de placer que nos ha sido brindado.

Inside Co.

LA HUIDA, parte II




Algo ha cambiado en mi mente. Esa zorra ha activado una especie de radar. No los veo, ni tampoco los oigo, pero sé que en las escaleras hay varias personas. Varios pisos sobre mí, los siento, como también la siento a ella.
Están cerca, tengo que llegar antes de que la atrapen. Nadie me quitará el derecho de ser yo el que haga rogar a esa perra, aunque lo primero que debo hacer es cambiarme de ropa. Por muy sigiloso que sea la peste que hacen mis pantalones me delata.
¡Esta me la pagas! Juro que limpiaras mi polla con tu propia boca. Atada de pies y manos suplicarás para que me corra en tu boca y entonces… ¡Pero qué mierda me pasa!

— ¡Sal de mi cabeza puta!

Debo concentrarme. Alzar un muro y... ¡Joder, las imágenes son tan reales!
No Vin, no es real. No son tus pensamientos son los suyos. Construye un muro alrededor de tu mente. Sí, eso es.
Un muro infranqueable, que nadie pueda traspasarlo, de ese modo podrás centrarte.

Bueno ha llegado la hora.
Subo los escalones de dos en dos. No tardo en encontrar al primer soldado. Con un rápido movimiento rompo su cuello y lo arrastro fuera de la vista de sus compañeros. Hoy es mi día de suerte. Es un tío grande, por lo que no creo que tenga problemas con su ropa. Salgo al pasillo y me paro un segundo delante de un gran espejo.

Joder, hay que ver lo bien que me sienta el uniforme. Estoy buenísimo, muy pero que muy follable. La camiseta negra ajustada a mi torso realza mis pectorales. Y el bulto bajo los pantalones... Umm... El mero pensamiento de lo que se esconde bajo ellos haría mojar las bragas a la más santa.

La muy puta lo estaba haciendo de nuevo. Era ella quien tenía estos pensamientos. Si lo que quería era jugar, jugarían.

Abrió su mente, buscando, rastreando. Dos personas a unos metros a su izquierda, otras dos a su derecha. Dos mentes más en el piso superior y una sola mente a un par de pisos sobre él.

Ya la tenía.

Se concentró en esa única mente y una corriente recorrió su cuerpo cuando hizo contacto con ella.

Menudo subidón, se le había puesto dura. ¡Joder! Se sentía como si estuviese a punto de llegar al clímax, ¡Qué coño! Esto era mil veces más intenso que correrse.

—Sé que puedes oírme y que sabes dónde estoy. Debo de suponer que si me has pedido ayuda es porque —por alguna razón, que pronto gustosamente te sonsacaré— aunque puedas entrar en mi mente, eres incapaz de salir de aquí con vida. Me necesitas y yo como buen samaritano que soy no puedo ignorar a una dama en apuros. Sal de mi cabeza, no juegues con mi mente. Si lo haces te aseguro que te ayudaré a salir con vida, jódeme otra vez y te quedas sola. Tú eliges si salgo por la puerta que hay a un metro de mí o subo las escalera, lo dejo en tus manos zorra; pero date prisa pronto estarán llamando a tu puerta. ¡Tic - tac, tic - tac! El tiempo corre... Yo de ti no tardaría en decidirme.

Cerró los ojos esperando que no tardara en decidirse, aunque realmente le daba igual. Ya estaba subiendo las escaleras, no pensaba dejarla aquí.

Inside Co.

LA HUIDA, parte I



Coordenadas:
Latitud: 56.48921186859196
Longitud: -3.769226368749969

Las luces se han encendido. Esas luces cegadoras que preceden al maldito gas que llevan semanas utilizando para dejarme grogui. Ha llegado el momento de poner en práctica lo que llevo días perfeccionando.

Inspiro, espiro, inspiro, espiro.

Tengo que relajarme, ralentizar mis pulsaciones. De este modo aguantaré más tiempo sin tener que respirar. Sí eso es, lo estoy haciendo bien, ya ha dejado de existir todo lo que me rodea.
No siento el duro camastro bajo mi cuerpo, ni el toque frío de la brisa del aire acondicionado sobre mi piel. He conseguido aislarme, lo he logrado. En cuanto entren y se acerquen a mí saltare sobre ellos y los destrozaré. 
En cuanto entren les infligiré el mismo dolor que me han causado a mí. No, el mismo no, su sufrimiento se verá multiplicado por mil. En cuanto entren...

¡Joder! ¿Por qué mierda no entran? ¡Qué coño…

Agudizo mis sentidos, tan solo noto una leve vibración. Algo pasa ahí fuera. ¡Maldita mi suerte!
Una explosión hace que una camilla vuele por los aires directa hacia mí. Impacta en el cristal blindado que me mantiene aislado. Mi instinto de supervivencia sale a flote, salto del catre y me resguardo en el rincón, acurrucado cubriéndome la cabeza con ambos brazos, asustado. Pero pronto la lógica gana la partida. Si es imposible romper el panel acristalado —y no es que no lo haya intentado, siempre en vano— estoy seguro que para mala suerte mía, o más bien buena en este momento, me protegerá del infierno que se ha desatado al otro lado.

Efectivamente no estaba equivocado. La camilla se ha estrellado contra el cristal, quedando hecha añicos, sin embargo el panel sigue intacto. El tecnológico laboratorio se destruye, es una ruina de escombros y llamas, y yo no puedo hacer nada, esto es mi fin. Tanto sufrimiento para nada. Resignado me levanto y me acerco a la puerta de la que ha sido mi prisión durante seis meses. Miles de chispas salen de los teclados y cableado, es una pena no tener unas birras, de ese modo podría disfrutar de mi escaso tiempo imaginando que son los fuegos artificiales del 4 de julio. Si tan solo esas llamas llegaran al panel de control junto a la puerta, posiblemente el sistema de confinamiento quedaría destrozado y podría escapar. Tan solo una pequeña y mísera llama. Una única llama como esa que ahora mismo flota en el aire directa hacia…

¡CLICK!

Atónito ante lo que acaba de suceder, más bien lo que acabo de hacer con la mente — ¡La puta! he transportado la llama con solo desearlo— la puerta se abre.
El aire queda atrapado en mis pulmones cuando soy azotado por una oleada de calor. Inmediatamente siento como mi temperatura corporal baja al menos diez grados. Doy un paso hacia el exterior y en segundos mi cuerpo se aclimata, no siento calor y las llamas están a escasos metros de mí. Vuelvo a retroceder ocultándome dentro de mi celda y automáticamente noto como la piel se calienta de nuevo. Con un movimiento de cabeza me deshago del letargo en el que he estado sumido, mas tarde, cuando esté en un lugar seguro me dedicaré a explorar mis... poderes, dones, dotes inhumanos. ¡Joder, no sé ni cómo llamarlo! Sabe dios lo que esos hijos de puta me han hecho. Poco a poco a los oídos me va llegando el sonido demoledor de nuevas explosiones y con ellas los gritos de horror. Sin embargo es el olor, que no tardo en reconocer, el que despeja mis sentidos de un plumazo. El tufo a carne quemada, a carne humana quemada, me hace tener arcadas; por mucho que mis fosas nasales hayan captado este olor nauseabundo en más de una ocasión nunca me acostumbraré a él. Tengo que salir de aquí y estoy flanqueado por llamas de al menos dos metros de altura. Solo espero que los malnacidos carniceros que se auto llaman “Científicos” sean profesionales y por lo menos, ya que han experimentado conmigo, que lo hayan hecho bien, sino acabaré como los de ahí afuera...chicharrón.
Me imagino a uno de los científicos carniceros llegando a casa y diciéndole a su mujer:

— ¡Cariño hoy traigo yo la cena! Mad recién horneado.
— Mi amor, ¿Mac qué? Macpollo, Macnugget…
— ¡No mi vida! Mad de Maddox, torrezno de Vincent Maddox.

Posiblemente más adelante probaré la teoría sobre controlar y ser inmune al fuego, ahora es mejor ser prevenido. Mejor coger la manta que hay sobre la cama, empaparla de agua y salir de aquí pitando como alma que lleva el diablo.

No pienses, solo corre.

Eso me digo mientras recorro los pasillos interminables que se abren ante mí. Estoy bajo tierra, de eso no cabe duda, por lo que debe de haber algún ascensor...

Si, ya lo veo, mi salvación a solo unos metros. ¡Mierda el botón no se enciende! La puta electricidad. Escaleras, Vin, escaleras, busca las escaleras.

Una puerta, otra, otra y por fin... ¡Sí! Soy el puto amo.

¡Joder, joder, joder! Ostia puta, ¡Mi cabeza! ¿Qué coño me pasa ahora? No soporto el dolor, la cabeza me va a reventar. Puta madre... ¡Me acabo de mear encima!... ¡Los mato, juro que los mato a todos! Pero qué narices me pasa. Es como si algo quisiera penetrar en mi cerebro. Lo siento, lo noto... ¡Joder, lo oigo!

No entiendo lo que quiere decirme la melódica y dulce voz. Son solo susurros. 
Vin, relájate, respira, concéntrate… me digo en un intento por acallar la voz y detener el dolor y realmente lo consigo.

Si, el dolor ya es una leve molestia y cada vez es más clara la voz en mi cabeza. Y esa voz... ¡Joder como me suena esa voz!
Creo que mi corazón ha dejado de latir. Es ella quien me habla. Es ella quien suplica en mi mente. Cierro los ojos y me concentro en sus palabras.

—Por favor, ayúdame, ayúdame. No quiero morir.

La rabia bulle en mí y también la determinación. No pienso abandonarte a tu suerte dulzura. Ha llegado mi momento para hacerte pagar.
Aquí y ahora comienza mi venganza.

Inside Co.


Diario de Yuri Záitsev
(Alias Vincent Maddox)




Soy frío, arrogante, solitario, o por lo menos eso decían de mí las personas que se cruzaban en mi vida, introvertido y nada sociable.

He de reconocer que la empatía nunca ha sido una de mis virtudes. Nací en uno de los peores barrios según la mayoría de la gente, para mí, una perfecta escuela para forjar a verdaderos hombres. Hombres como yo, que no se amedrentan ante nada, que consiguen lo que quieren, a toda costa, sin importar a quien te lleves por delante.


Criado en el seno de una familia, por llamarlos algo, desestructurada: padre alcohólico, madre yonky y hermanos... mejor no mencionarlos. He vagado siempre solo por la vida, sin familia, sin amigos, hasta que la conocí a ella. Entonces cometí el error de pensar que era posible confiar. Fui un iluso al creer que un ladrón de poca monta, un pandillero venido a menos, en definitiva, que la escoria también teníamos una segunda oportunidad, pero me equivoqué.


Llevo seis meses encerrado en una jaula. He sufrido toda clase de torturas y vejaciones. Han experimentado conmigo, mutado mi ADN, ya no me siento humano. Han convertido mi cuerpo en un arma para matar. Sólo un resquicio de humanidad alberga mi ser, solo un sentimiento humano me acompaña… la venganza. Por ella es que estoy aquí. Por ella soy ahora lo que soy. Y por ella, por esa zorra, no descansaré hasta destruirla con mis propias manos.



Soy Vincent Maddox un depredador creado para la caza y vosotros, todos vosotros, seréis mis presas.

MI CUENTO DE HADAS

Hola a tod@s. Después de un tiempo perdida, casi desaparecida en combate, xD, vuelvo al día a día. Hoy os traigo un relato que escribí hace ya unos meses para el Certamen Musas de la noche. Espero que os guste....





MI CUENTO DE HADAS

El tacto de sus manos sobre mi piel trae de nuevo mi mente a esta habitación de hotel. Frente a mí está el hombre por el cual mis inseguridades traicioneras, que me abordan muchas noches en sueños, dejan de ser pesadillas para convertirse en lo que yo pensaba era una entelequia; pero aquí estoy yo, frente a él, dispuesta a que se hagan realidad. Perdida en el cristalino mar que son sus ojos, pienso en todos los años que han pasado desde que nos viésemos por primera vez, en todas las cosas que han acontecido desde entonces.

Un súbito escalofrío recorre mi cuerpo cuando siento el hálito de su aliento cálido sobre la piel de mi cuello expuesto. La caricia delicada de sus labios se siente como el suave roce de pétalos de rosa. El sutil deslizamiento de las yemas de sus dedos a lo largo de mis brazos desnudos eriza mi piel, son una gota de agua para mi sedienta necesidad, un soplo de aire fresco para mis anhelos, pero a pesar de que mi cuerpo sucumbe por momentos al deseo, mi mente no deja de evocar esos recuerdos que jamás llegaron a abandonarme.

Esos días en que mi mundo giraba en torno a él. Cuando una mirada suya suponía cientos de segundos de fantasiosos pensamientos y el roce de sus cálidas manos provocaba que mi cuerpo se estremeciera. Días en los que en silencio imaginé lo que sería sentir sus labios sobre los míos y sucumbir a sus caricias. Días en los que él realmente nunca mostró un interés en mí más allá del que siente un amigo por otro.

El tacto frio de las sabanas sobre mi cuerpo desnudo hace que mi mente recupere la cordura perdida. Estoy en una habitación de hotel con el hombre que durante años ha ocupado un lugar en mi corazón, sintiendo su mirada recorrer mi cuerpo expuesto. Una imagen aborda mi mente; yo tumbada sobre una mesa de billar, con la parte inferior de mi cuerpo desnuda, esperando al chico al que he decido entregar mi virginidad. El sonido del envoltorio del preservativo cuando es rasgado solo es velado por mi respiración sincrónica a la suya, la cual se acelera cuando él repta por mi cuerpo hasta situarse entre mis piernas, muriendo esta, en mi pecho, cuando su miembro se abre camino en mi interior, no cejando en sus intenciones pese a ser un trabajo arduo, hasta estar dolorosamente dentro. En ese momento ya no hay vuelta atrás, los arrepentimientos y censuras colman mi razón y una sola lágrima escapa de mis ojos cerrados cuando comienza a embestir a un ritmo errático, pero satisfactorio para él… solo para él. Han pasado muchos años de aquello y me vuelvo a encontrar en esa misma situación…
Un cuerpo repta por el mío situándose entre mis piernas. Cierro los ojos fuertemente y mi mente proyecta imágenes nuevas de recuerdos vividos. La imagen de otro hombre que si me entregó sus labios, sus caricias, su amor. Las comisuras de mis labios reflejan la felicidad de mi pensamiento y entonces me doy cuenta de que igual que aquella vez me mentí a mi misma excusándome en el “Ya es tarde, tu lo has decidido así” hoy puedo seguir los dictados de mi corazón, no es tarde, nunca es tarde y un “No” escapa de mis labios esta vez.

Soy yo la que ahora repta sobre la cama para escapar de ese cuerpo ansiado por años. Con premura visto mi cuerpo con esas prendas que me recuerdan el daño que nos puede hacer el equívoco y funesto deseo de honrar un inocente y al mismo tiempo erróneo amor de juventud y abandono esa habitación dejando tras de mí una historia, la cual solo perdurara por siempre en mi interior, junto a esa colección de relatos breves, guardados en uno de los anaqueles de la librería que es mi vida. Por primera vez en horas cuerpo, corazón y alma trabajan al unísono llevándome al lugar donde pertenezco.

El soplo fresco de la brisa nocturna sobre mi cara me confiere un estado de libertad y me dejo llevar por mi amor de cuento de hadas. El asfalto, mi llanura de pasto verde a recorrer para descansar en brazos de mi príncipe azul y mis piernas, el majestuoso corcel que me llevará hasta él.
Mis pulmones amenazan con estallar, la carrera me deja sin resuello, abriendo mis ojos a la realidad, ya no soy esa joven que he pretendido querer ser de nuevo en esa habitación de hotel.
El teléfono móvil suena y mi mente tarda unos segundos en reaccionar. Mi respiración esta acelerada y si contesto ahora pensará que algo ha sucedido, nunca lo que en realidad ha estado a punto de pasar, pero de no contestar su preocupación será mayor, por lo que exhalo un suspiro en un intento por moderar mi respiración y atiendo su llamada.

— ¿Te queda mucho para llegar?... Andrea quiere darte un beso de buenas noches antes de irse a dormir.

Se aguan mis ojos, mi labio inferior comienza a temblar y yo lo muerdo en un intento por contener los sollozos que arañan mi pecho, deseosos por salir.

— No… cariño, estoy… llegando —. Es todo lo que puedo musitar en el estado en que me encuentro.

— Vale, te esperamos despiertos entonces, un besito guapa.

Cierro mis ojos y una lágrima escapa de ellos en el mismo instante que la línea queda muerta. Esta noche seguramente mis eternas inseguridades me llevaran de nuevo a esas diversas pesadillas en las que todo se resume a su abandono, pero cuando la recurrente pesadilla instigue mis sueños, al despertar a la mañana siguiente, sabré que no son debido a la creencia de no estar con la persona correcta como tantos años he pensado, si no por temor a perder a la única persona correcta para mi vida.

Reanudo mi camino, ahora algo más calmada, deseando llegar a casa cuanto antes para reunirme con mi familia. Un caballero de brillante armadura, que me ha rescatado de caer en las garras de la malvada bestia de la infelicidad, y una pequeña y preciosa princesa de largos cabellos rubios me esperan para hacer realidad mi sueño desde niña… vivir mi propio cuento de hadas.

Necesito ser sincero




Alicante, a 27 de Julio de 2012
Buenos días mi vida, aunque eso de buenos es un decir.
Como es habitual últimamente no había hecho más que levantarme cuando el teléfono ha sonado, Gerardo me ha vuelto a advertir que de seguir así y no cumplir con los plazos revocarán el contrato y otorgarán el proyecto a otro arquitecto, como si eso fuese una preocupación para mí. Estoy harto de él, del trabajo, de la vida. Me siento muy cansado Mariola, tanto que a veces deseo... Olvida esto último, no quiero hacerte participe de la espiral de pesimismo en la que estoy inmerso. A ti solo deseo contarte lo bueno de mi vida, de nuestras vidas, por lo que comenzaré de nuevo.
Hola cariño, ha amanecido un nuevo día y como siempre, aquí estoy yo, al pie del cañón, para contarte todo lo que acaece en la vida de tu amado hijo; porque si de algo estoy seguro en esta vida, es que de haberle conocido lo hubieses amado con toda tu alma.
Ayer Alberto y yo fuimos al parque. Estaba contento, o eso quiero pensar, pues se limitó a quedarse sentado en el suelo, balanceando su cuerpo mientras era víctima de las crueles miradas de los repelentes mocosos a los que tanto odio. No puedo evitarlo, sé que solo se trata de la inofensiva maldad que nos posee a todos cuando somos unos críos. Sé que no pueden librarse de ella, como ninguno pudimos a su misma edad, pero no por esa razón deja de dolerme menos. Cada día que pasa se hace más duro, pese al consuelo de saber que en su abstraída mente las burlas no le afectan.
Parece que fue ayer cuando, por primera vez, lo tuve en mis brazos en ese cuarto lleno de incubadoras. Tan pequeñito que cogía en una sola mano. Con esa mirada nueva que prometía que todo iría bien, que juntos podríamos hacer frente al futuro, que siempre nos tendríamos el uno al otro. Hoy es su cumpleaños y ya le tengo preparada una fiesta, aquí en casa. No será gran cosa: tus padres, mi madre y espero que algunos amigos del  cole.

Diez años Mariola, como pasa el tiempo, ¿verdad mi amor? y sin embargo... en mi alma pesan como veinte.


¡No puedo, lo siento Mariola, pero no puedo seguir con esto!


Día tras día, desde hace cinco años, todas las mañanas después de ducharme y desayunar, me siento junto a la ventana a escribirte una carta. Carta que nunca será enviada, y lo peor y más triste de todo, que nunca será leída. Comencé a escribirlas porque necesitaba desahogarme. Pensé que si escribía nuestras vidas en una hoja de papel seria como compartirla contigo, pero no puedo más. He llegado a la conclusión que de nada me sirve plasmar mis diatribas mentales que mantengo contigo si no soy todo lo franco que debiera. Hoy quiero sincerarme, necesito sincerarme.
Los primeros años llegué a pensar que no podría salir adelante sin ti. En más de una ocasión he deseado que aquél 27 de julio fuese él quien hubiese cerrado sus ojos en ese maldito paritorio e incluso he estado tentado a que ese destino llegase de mis propias manos.
Solo un sentimiento me corroe las entrañas mi amada Mariola… odio. Siento un odio irracional que me quema desde adentro. Que pone pensamientos en mi mente que aborrezco. Intento desterrarlos, te juro que lo intento, pero cada día al despertar en nuestra cama, solo, sin tu presencia junto a mí, este sentimiento maligno se asienta en mí ser, quemando todo a su paso, devorando poco a poco la cordura que se que pronto también me abandonará. Desprecio el destino que me ha tocado vivir. Maldigo a Dios por haberte arrebatado de mi lado. Deseo poder estrangular con mis propias manos a esos médicos y enfermeras que no evitaron tu muerte. Me niego a admitir que nuestro propio hijo, al que sosteniendo entre mis manos prometí profesarle todo el amor que su madre no podría darle y la vida que por derecho se merecía, no sea lo que yo esperé que fuera. Detesto que Alberto, cada día, pueda ver un nuevo amanecer que jamás apreciará y tener que darle un amor que nunca sentirá. Odio que él viva y tu no, pero sabes que es lo que más odio sobre todas las cosas mi querida Mariola… mi existencia.
Todos los días me repito hasta la saciedad que todos somos víctimas en esta macabra obra que nos ha tocado representar y a la que llamamos vida. Que no hay culpables. Que el destino nos jugó una mala pasada, pero no es verdad. Fui yo quien insistió en ser padres. Fui yo quien, persistentemente con palabras dulces y mis zalamerías, te convenció para ir a aquella clínica de fertilidad. Fui yo quien te susurraba al oído " míralos que felices" cada vez que veíamos a una pareja con un bebe.

¡Fui yo, maldita sea! ¡Fui yo!

Y eso hace que la rabia bulla en mí. Que encolerice hasta el punto de querer acabar con todo de una vez por todas. Sería tan fácil  Mariola. Él ni siquiera se enteraría y yo podría descansar al fin, como lo haces tú. Estoy cansado, muy cansado, pero es el precio a pagar por mi delito, la codicia.
Éramos jóvenes, nos iba bien en nuestras carreras, vivíamos acomodadamente, mejor que acomodadamente, no nos faltaban lujos. Pero yo quería mas, lo quería todo. Si un simple obrero que le costaba llegar a fin de mes podía permitirse traer al mundo una nueva vida, ¿por qué yo, un arquitecto afamado casado con una abogada a la que no tardarían en hacer socia de uno de los mejores bufetes, tendría que ser menos?... Y me arrepiento tanto Mariola.
Ahora sé que nosotros siempre lo tuvimos todo, eso que solo unos pocos afortunados llegan a tener, amor. Amor del bueno, del verdadero, del que perdura hasta la eternidad. Demasiado tarde para darme cuenta, ¿verdad mi amor?
Me ha encantado poder al fin hablar contigo como lo debería haber hecho siempre, y por mi seguiría escribiendo hasta que el día se convirtiese en noche y la noche en un nuevo día, pero te tengo que dejar. Son ya más de las nueve y debo despertar a Alberto, hoy es su gran día y espero que también el mío.
Se despide tu amado esposo, siempre tuyo, en esta vida y en todas las que me toque vivir.

El inspector Salgado plegó la carta por las mismas marcas que esta tenía y la metió en el sobre.
—Señor, hemos registrado la casa y el equipo de la científica ya ha recogido todo el material, pero hasta no obtener los resultados del laboratorio de las huellas halladas en el arma no sabremos si se trata de un robo o fue la propia víctima quien mató a su hijo y luego se voló los sesos.
El oficial esperó unos segundos a que su superior diera alguna orden, pero este parecía sumido en su propio mundo, por lo que siguió dando parte de lo que tenían hasta ahora.
 —La casa está revuelta por lo que a simple vista parece un robo, pero nunca se sabe, ¿qué es eso que tiene usted en la mano? —preguntó el joven señalando con la cabeza el sobre que tenía Salgado en las manos.
El inspector, todavía de espaldas a su subalterno, metió el sobre en la caja que tenia ante él. Una pequeña caja de cartón floreada que había hallado sobre la mesa junto a la ventana. Una caja que guardaba en ella los diez años de la vida, si se le podía llamar así, de una familia rota por la tragedia.
—Una confesión Rodríguez. Muy a mi pesar debo contestarle que para nosotros no es más que una confesión.

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