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Capítulo III




Tyrons estaba inmerso en el papeleo cuando una risotada lo desconcentró. No tenía que levantar la cabeza para saber a quién pertenecía…a la preciosa Megan. Llevaba trabajando para él casi dos meses y desde el momento que la vio sintió ganas de someterla, pero como decían en este planeta…"Donde tengas la olla, no metas la polla", que era precisamente lo que él quería meter y hasta el fondo. Nunca fue ser de una sola hembra y los celos y malos rollos no iban con él, por lo que nunca le propuso que fuese su sumisa en una de sus sesiones, aunque estaba seguro que sería delicioso hacerla suplicar.
Cuando llegó a la Tierra quedó maravillado con esta especie. Su tabú hacia el sexo los hacía tremendamente irresistibles. Reprimiendo sus deseos conseguían que su rendición ante él fuese doblemente placentera. Explorar la sexualidad dormida de cada uno de estos seres era la mejor experiencia que cualquier Dom pudiese experimentar. Sus cuerpos eran preciosos lienzos en blanco donde sus marcas lucían cual bellas pinceladas creadas por la sutil caricia de su látigo. Criaturas delicadas moldeables cuan arcilla en sus manos. Adoraba escuchar sus suplicas, siendo estas música para sus oídos. Ser artífice de tal perfección cuando les permitía alcanzar el ansiado éxtasis que embarga sus cuerpos. En sus pieles dejaba su arte, en sus mentes la sabiduría de la verdadera pasión y en sus almas la grandeza del deseo. 
Echaría de menos este planeta cuando tuviesen que partir y a sus gentes, sobre todo a una en particular. Estaba descolocado, por primera vez en sus 125 años de vida, un órgano que no era su polla sufriría por abandonar a una hembra.

El ruido de la puerta al abrirse hizo que su mente dejara en segundo plano la aceptación de sus verdaderos sentimientos para centrarse en el ser que acababa de aparecer. Shedric, el Capitán de legiones y parte de su ser, ocupaba casi la totalidad de la gran puerta trasera y por su cara sabia que lo que venía a decirle no era nada bueno. Daba gracias a los Ancestros porque pronto volverían a casa, pues cada día que pasaba el grandote estaba más irascible, odiaba a esta especie, todo lo contrario a él.
Cuando Shedric llegó al Placeres de otro Mundo estaba todo en silencio, con la luz del día iluminando el lugar, nunca imaginarias las actividades que en la planta superior se desarrollaban y no se refería al sexo, sino a las mujeres que buscando algo diferente, algo de emoción o cambios en sus vidas venían aquí y sin saberlo eran evaluadas como futuras criadoras para su raza. Se seleccionaban las que no tenían familia y tampoco mucha vida social, ya que era más fácil hacerlas desaparecer y con la magia y el poder del Maestro era borrada su memoria y llevadas a Skarya. Habían sido miles las hembras reportadas a su planeta, pero ahora que sabían de la existencia de compañeras en este planeta los experimentos quedarían relegados para dar paso a la búsqueda incesante por parte de los machos Skarianos de las hembras marcadas. Solo pedía a los Ancestros que estas hembras no sufrieran mucho cuando encontraran su fin a manos de sus compañeros, porque estaba seguro que una vez saliera su verdadera naturaleza en el apareamiento nada las salvaría de la muerte. Él mismo daba fe de lo que era capaz de hacer un macho a una hembra, lo despiadada que podía llegar a ser su bestia. En el fondo sentía pena por esta frágil y delicada especie.
Despejando sus pensamientos, de un recuerdo el cual desearía poder sino borrar de su memoria enterrarlo en el fondo de ella, se centró en la cuestión que lo había traído hasta aquí. Vio a Tyrons detrás de la barra y con paso raudo fue a su encuentro. Había pasado un día desde que Godrimatt soltara la bomba, necesitaba contarle lo que había pasado, encontrar juntos un modo de salir victoriosos de la situación en la que se encontraban los tres, sin acabar con la cordura de nadie en el proceso, sobretodo la suya, puesto que la de la humana le importaba bastante poco.
— ¡Hombre, mi gigante favorito! —Con una sonrisa Tyrons le guiñó un ojo a Shedric— ¿Qué tal la rubia que te llevaste anoche a casa? ¡Buena eh! Yo he estado un par de veces con ella y madre mía con esa lengua que tiene hace maravillas, sino estuviese seguro juraría que no es de este planeta —. Al no recibir contestación alguna Tyrons dejó los papeles y se centró en su amigo el cual tenía un aspecto que nunca habría jurado vería en él, estaba abatido y agotado.
Shedric apoyó la frente en la barra y suspiró profundamente no sabía por dónde empezar.
— Tyrons colega, te tengo que contar una cosa que seguramente no vas a creer, pero te juro por los Ancestros que es cierta… —Tyrons intentó cortarle, pero Shedric prosiguió. Cuanto antes lo soltara mejor— Tu conoces a Deborah, la chica de la librería de enfrente, se que su amiga trabaja aquí, ¿Qué opinas de ella?
— Solo coincidí con ella en una ocasión, pero Megan habla mucho de ella y por lo que dice es buena chica. lista, guapa y algo paradita…ideal para mis gustos, tu ya me entiendes... —dijo el canalla volviendo a guiñar el ojo— y según megan una mujer con un gran corazón y el alma más pura que hay en este planeta.
Tras unos segundos de silencio, al no recibir contestación por parte de su amigo, a Tyrons le picó la curiosidad.
— ¡Por qué preguntas Shedric! ¿No me digas que el fiero Capitán está empezando a replantearse sus creencias sobre esta especie? —preguntó Tyrons con tono socarrón.
— ¡Por todos los Ancestros, Tyrons! —Shedric bufó dejando bien claro la repulsión que tenia hacia los humanos— No me digas que tú, un macho al que le gusta pegar y torturar a las hembras, le tiene aprecio a esta raza de seres débiles y mezquinos….
La bestia de Tyrons rugió por salir en cuanto Shedric espetó las palabras.
— ¡Yo no pego y torturo a las hembras!…¡Jamás, me oyes…jamás vuelvas a repetir esas palabras!... —su bestia afloró pese a sus esfuerzos— Yo las hago disfrutar. Conmigo experimentan el arte de la sumisión, adoran lo que les hago, su placer es lo primero y te aseguro que con ningún macho disfrutan como lo hacen en mis manos—acercando su cara a milímetros de la del obtuso Capitán de legiones y clavándole la mirada fuego de la bestia, susurró con arrogancia— Y si no me crees, pregúntale a tu querida Shibarya.
Shedric intentó reprimir a su bestia, pero le fue imposible y con las garras ya formadas asió a Tyrons arrugando su preciosa camisa de seda.
— ¡No vuelvas a nombrarla! En cuanto lleguemos a Skarya, la reclamaré y ella se convertirá en mi pareja ¡Nunca vuelvas a poner su nombre en tus labios! —escupió con rabia. Separándose de él, y con las manos ya humanas en alto, dio dos pasos atrás para evitar destrozar a su compañero— Y para tu información, a la rubia la llevé a su casa. Da gracias que no la dejé tirada en medio de la nada. Sabes que no me alimento de humanos, por lo que no estoy obligado a copular con ninguno de ellos.
Tyrons sabía perfectamente que el Capitán se había contenido, de hecho bastante. Por menos otros habían perecido en un baño de sangre, de ahí su apelativo, recaía en él no llevar esto más lejos y que todos los humanos en el local se percataran de su autentica naturaleza.
— De acuerdo, lo siento. Eso ha estado fuera de lugar, pero estoy harto de ser tratado como un sádico…yo no soy como mi hermano.
Algo más calmado Shedric decidió contárselo todo, como se suele decir de un tirón duele menos. El Skar en la espalda de Godrimatt, la certeza de que las compañeras se encontraban en la Tierra y la suposición de que el Maestro los reclamaría en breve para comenzar el ritual de aceptación.
— Te conozco Shedric y sé que si has venido hasta aquí es porque tienes algo planeado, por lo que desembucha... ¿Que piensas hacer?
Shedric con una traviesa sonrisa en su cara, sin más, dio media vuelta y se fue.
Tyrons sabía perfectamente que de allí iría derechito a la librería de Deborah y esperaba que los Ancestros protegieran a la pobre chica, porque tratándose del Sanguinario te podías esperar cualquier cosa. Pensando en todo lo que su compañero le había dicho no salía de su asombro, ellos eran las tres partes de un solo ser y Debby, como la llamaba Megan, era la compañera de su amigo. Mirando al frente no dejaba de pensar en lo caprichosos que eran los malditos Ancestros, si las compañeras eran humanas…
<< ¿Por qué le había tocado a él ser parte del ritual, precisamente, de la mejor amiga de la única humana por la que estaría dispuesto a ser monógamo? >>
Siempre había sido un promiscuo, incluso era tachado de eso por su pueblo, y no estaba seguro de cómo afectaría su actitud y su hambre a Debby. En el fondo creyó que llegaría el día que encontraría la hembra perfecta para él, dispuesta y ansiosa por ser sometida. La hembra que apreciara sus azotes, que adorara sus latigazos dados con maestría en su monte de Venus y sollozara cuando le pusiera las pinzas en los pezones. La hembra que disfrutara al ser sodomizada, siendo empalada por su gran pene, fuertemente tirando de su largo cabello negro como la noche, a cuatro patas, como el animal que sería en sus manos, un animal ansioso de placer. 
Que respirara y exudara sexo por cada poro de su piel. Que rogara entre llantos por su liberación y, cuando finalmente esta le fuese concedida, que con una ferocidad innata se alimentara de su éxtasis como él lo haría de las mieles de su sexo. Sí…eso era lo que él necesitaba y rogaba que Shedric no estuviese equivocado y realmente sus compañeras estuviesen aquí, pues había una humana que sería su compañera perfecta.


Al otro lado del local Megan tonteaba con uno de los proveedores de bebidas, pero no podía evitar estar pendiente de lo que sucedía en la barra. No veía ni oía muy bien desde esta distancia, pero ella juraría que su jefe y su amigo estaban discutiendo. Disimuladamente miró hacia ellos y quedó sin respiración cuando vio los ojos de Tyrons, el dorado había desaparecido convirtiendo su iris en una mancha roja. Parpadeó varias veces para aclarar su vista, era imposible que lo que acababa de ver fuese cierto y cuando él volteo la cabeza para mirarla. Dejó escapar el aire de sus pulmones y se recriminó el ser tan tonta…el piercing sobre su ceja izquierda era un rubí. Seguramente fue el destello de éste lo que la hizo ver lo que ella creyó eran unos ojos rojos.

 

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