(Es una segunda entrega de las andanzas de mi querido Arcángel Miguel, relato que escribí hace unos meses, LIBERACIÓN)
DULCE RENDICIÓN
Atracción, fascinación, tentación en su estado
más primitivo es lo que provoca mi presencia. Incitación a lo prohibido, a la
lujuria, al placer. Despierto sus deseos, anhelos disimulados bajo capas de
falsas conductas. Sus pasiones reprimidas afloran como un mar de ansiedades
insatisfechas. Sus cuerpos en mis manos son arcilla maleable; mío es el poder
de crear criaturas ávidas por satisfacer sus apetitos. Sometidos al éxtasis,
rogando por mi toque, embargándose con su libre albedrío, exentos de culpa.
Espíritus puros vencidos por el delirio, extenuados por el mayor de los
placeres… la rendición. Pletóricos, saciados y satisfechos. Sus pasiones
latentes, en los más recónditos y a veces olvidados rincones de sus almas, son
liberadas y con ellas la bestia indómita que los guía hacia su propia
condenación.
Un mundo de éxtasis y placer se ha
abierto ante mí; una espiral de sentimientos que embarga mi cuerpo y satura mis
sentidos. Ansío más de estas criaturas deseosas de placer, de estos seres
rendidos a la emoción de sus impulsos. Las tentadoras exhalaciones de
satisfacción escapando de sus labios son como una droga que corre por mis venas
enviándome directo al nirvana, convirtiéndome en un adicto desesperado por
disfrutar del próximo chute. Quiero más. Nunca tendré bastante de esa abierta
lujuria que evidencian sus pupilas dilatadas, de sus cuerpos trémolos y
anhelantes, de la libertad de sus espíritus cuando son arrollados por el
exquisito orgasmo. Soy un alma sedienta rodeada por un océano de cuerpos
ensortijados los cuales me brindan la ocasión de saciar mi sed. Un espíritu
hambriento ansioso por devorar los placeres de la carne, esos que ellos gozan y
a mi ofrecen.
Tan solo deseo encontrar el sosiego en esta
nueva vida, que aunque corta, pues pronto vendrán a mi encuentro, ambiciono
disfrutar sin mesura. Eso es lo que busco en este lugar que debería ser de
culto. Un templo en el que la esencia elemental del ser humano flota en el
ambiente trayendo consigo el delicioso aroma de la unión de los cuerpos. Donde
las respiraciones aceleradas, acompasadas, sincrónicas, son la bencina que pone
en marcha mi apático ser. Donde látigos y cadenas no dañan ni esclavizan,
sino liberan y excitan. Su desinhibición sexual calienta el gélido corazón del
que he sido dotado, bombeando este el líquido vital a través de mi cuerpo,
congregándose en un órgano que se alza con ímpetu recordándome lo que ahora
soy, un caído.
Recorro el pasillo en penumbras que me guía
a mi ansiado destino, impetuoso y desafiante como lo hiciese en el pasado por
los caminos del averno, aun sabiendo que será mi perdición. Varias puertas
son las que flanquean mi paso. Encierran tras ellas fantasías, fetiches,
perversiones y vicios inconfesables que aquí se hacen realidad, pero solo
una de ellas guarda tras de sí el mejor de los regalos. Solo una confina entre
sus paredes de piedra la pureza que mi alma envilecida necesita subyugar hasta
la extenuación.
Mi andar cada vez se vuelve más apremiante.
El roce del pantalón sobre mi talle erecto envía ráfagas de placer por todo mi
cuerpo, erizando mi piel, haciendo que mis piernas comiencen a flaquear. Me
dejo arrollar por la anticipación, doy la bienvenida a la dicha divina de
sentir; cedo al deseo como lo hace la manilla bajo mi mano.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al cruzar el umbral de la puerta. Él está aquí, siento su presencia. Frente a mí. Al amparo de las sombras que otorga el foco de luz cenital que pende en el centro de la estancia, el cual solo ilumina una gran cama de impolutas sábanas blancas sumiendo el resto de la mazmorra en la oscuridad.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al cruzar el umbral de la puerta. Él está aquí, siento su presencia. Frente a mí. Al amparo de las sombras que otorga el foco de luz cenital que pende en el centro de la estancia, el cual solo ilumina una gran cama de impolutas sábanas blancas sumiendo el resto de la mazmorra en la oscuridad.
Por unos segundos me dejo embargar por la
paz y serenidad que mi querido hermano infunde en mí, tentándome con su
silencio al arrepentimiento; silencio que es roto por la casi imperceptible
plegaria eufónica que escapa de los labios de la bella joven encadenada a mi
diestra. Su mera presencia aviva mi necesidad y un estado de euforia me arrolla
sin poder evitarlo.
No
quiero evitarlo.
La premura por gozar del tacto de la delicada piel de Sara bajo mis manos hace que urja en mí la necesidad de
acortar la distancia que me separa de tan bello ángel. Un torbellino de
emociones recorre mi interior cuando, por fin, me dejo arrastrar por mis
instintos y mis manos encuentran la dicha de su piel.
Sincera felicidad siento al tocar sus pechos
turgentes. Suprema satisfacción al hacer que sus suaves pezones rosados se
endurezcan renaciendo como encarnados guijarros bajo las yemas de mis
dedos. Cruda necesidad por devorarlos como hizo Adán con la fruta
prohibida del Edén. Arrogancia y superioridad al arrancar de sus carnosos
labios un gemido de placer cuando mi boca se amamanta de su brote enhiesto,
reverberando éste en la diáfana estancia, penetrando en mí, poseyendo cada
ínfimo rincón púdico que mi alma aun pudiese albergar y el cual a partir de ahora
llevará la mácula del pecado. Deleitándome y regodeándome como el más vil de
los seres con la provocación que suscita mi lengua entre sus pechos, en su
cuello, creando un mojado y ardiente camino hasta sus carnosos labios.
Ahora sé porque se nos ha vetado esta dicha
a lo largo de los siglos, nunca sentí tal dominio en mi vacía existencia. Ni al
blandir la espada en Su nombre, ni al impartir la tan sobrevalorada justicia
divina, me he sentido tan poderoso como al obtener la gloriosa rendición de uno
de Sus hijos.
Me despojo de las ropas que encierran el
animal indómito en el que me trasforma el deseo. Mi cuerpo de palidez marmórea,
músculos cincelados y espíritu aterido es engullido por el fuego de la pasión.
Consumido por miles de llamas que a su paso convierten lo que un día fue
honestidad y castidad en amargas cenizas. Solo hay un propósito para mi,
dominar, someter, poseer.
Me abalanzo sobre ella como un animal
famélico sobre su moribunda presa y enmarcando su rostro con ambas manos devoro
su boca como sí me fuese la vida en ello, sin delicadeza, sin compasión. Mi
lengua penetra en su boca con la misma ferocidad que mi pene, duro como
alabastro, desea hacerlo en su sexo. Nuestras lenguas se enroscan en un baile
salvaje, se avasallan y a la vez se dan tregua, saboreando al unísono el
deseo que nos ciega, silenciando los gemidos con nuestro beso, bebiendo ambos de
la dulce pasión que sentimos. Mis manos vagan por el contorno de su cuerpo
en busca del tan ansiado lugar en el que mi polla suplicante desea morar. Acaricio
sus pechos, su estrecha cintura, sus redondeadas caderas y su firme vientre
hasta que se pierden entre sus piernas, encontrando el tan ansiado tesoro
bañado por las mieles de su deseo. Mis dedos se impregnan de su esencia,
resbalan por sus pliegues en una lenta caricia que a ella le hacen gemir y a mí
perder la cordura. Clavando los dedos en el interior de sus muslos la obligo a
separar sus piernas y presiono mi duro, anhelante y dolorido pene contra su
sexo mojado. La fricción de piel contra piel, carne contra carne es sublime. Mi
respiración se acelera, mi pulso se desboca y sus sollozos de placer son un
canto celestial, comparable al escuchado tiempo atrás en los cielos, cuando
mi glande tienta su entrada.
El rostro de Sara, mezcla de incredulidad
y admiración, me desvela la cercanía de mi hermano incluso antes de sentir su
cuerpo tras de mí. Antes de notar su cálido aliento lamer mi piel, erizando
cada vello de mi cuerpo y haciéndome estremecer.
—No lo hagas Miguel. No condenes su alma pura ni mancilles su virtuoso cuerpo. Ella es uno de los bendecidos, un Elegido.
—No lo hagas Miguel. No condenes su alma pura ni mancilles su virtuoso cuerpo. Ella es uno de los bendecidos, un Elegido.
Sentimientos encontrados danzan en mi
interior: alegría de que mí amado Rafael haya sido enviado y no un ángel
ejecutor y a la vez pena, pues será a él a quien tenga que dar muerte sino sucumbe
a la tentación, al divino éxtasis.
Una protesta escapa de los labios de la
dulce criatura encadenada cuando la privo del placer de mis caricias y, con una
delicadeza hasta ahora nueva para ambos, la libero de sus ataduras para
posicionarme tras de ella sosteniéndola contra mi anhelante cuerpo. Enredo mi
mano en su cabello y tiro de él hasta dejar su cuello expuesto a mis labios
mientras pródigo tortuosas caricias a su sensibilizado y duro pezón.
—Mírala mi amado Rafael. Mira a esta
inocente criatura que ha sido señalada por Su dedo. Negándole con ello el
derecho a la vida que Él mismo le otorgó, despojándola de su libre elección,
esa en la que tanto Él se ampara. Siente su deseo como yo lo siento, su
necesidad de entregarse a mis caricias.
Una exhalación de placer nos es regalada
cuando mi mano se posa en su sexo y presiono su clítoris inflamado.
—Que no debo hacer según tú, ¿Librarla de un
destino como fue el mío y sigue siendo el tuyo?
La dulce Sara en mis brazos se rinde al
éxtasis cuando mis dedos penetran en su sexo y comienzan una danza primitiva
que es acompañada por el movimiento de su cuerpo.
Sus pequeñas manos buscan frente a sí el
afianzamiento que la mantenga en pie, encontrándolo en los anchos hombros de mi
amado Rafael. Ante su desesperado toque la inmaculada piel de mi hermano se
perla de sudor, su alma se resiste, pero su cuerpo sucumbe y su falo, hasta
ahora inerte, se endurece y alza en toda su grandeza equiparándose en
magnificencia a sus blancas alas. Los delicados y suaves sollozos flotan en el
ambiente como una melodía divina que nos transporta a los tres al paraíso de
los sentidos. Somos envueltos por nuestras respiraciones arrítmicas y
aceleradas, arrollados por el aroma embriagador de la liberación de la hembra
entre nosotros.
Como un muñeco al que le han sido cortadas
las cuerdas, el cuerpo laxo de Sara, descansa contra mi torso, la alzo y la
traslado a la cama. Con paso firme acorto la distancia que me
separa de mi hermoso Rafael, manteniéndonos la mirada, azul contra negro,
claridad contra oscuridad. Su rostro de rasgos cincelados acelera mi corazón,
temo que este deje de funcionar. Su cabello negro como el ala del cuervo cae
sobre sus anchos hombros resaltando sobre su nívea piel. La necesidad de
tocarlo obnubila mi raciocinio y sin apenas pensarlo trazo con mis dedos un
camino sinuoso a lo largo de su torso, lento y suave hasta su pelvis, delicado
y sutil sobre pene. Bella inocencia es su rostro de grandes ojos cerrados y
tentadores labios entreabiertos. Sincera dádiva su cuerpo desnudo y puro,
timorato por el deseo, ávido de mis caricias.
Lo marco con mi calor. Lo mantengo contra mí,
mis manos son grilletes en sus caderas. Aferro su apretado y firme trasero
clavando mis dedos en su carne, levantándolo, apretándolo contra mi cuerpo
mientras mis caderas se mueven, trabajando mi erección con un suave movimiento
deslizante entre sus muslos, pero no es suficiente.
Necesito más.
Sus alas blancas se extienden en todo su esplendor
y, como una parte más de él, sus plumas se unen a tan deliciosa experiencia.
Desde mi nuca, por la espalda, acarician, trazan ligeras y cálidas caricias que
hacen que mis uñas muerdan la carne de su delicioso culo.
—Sí, Rafael —gruño en su oído al sentir sobre
mi abdomen el líquido preseminal que fluye de su anhelante glande.
Poso
mis labios sobre los suyo invitándole sin palabras a unirse a mi cruzada,
tragando su gemido cuando nuestras lenguas se encuentran. Lo llevo conmigo
hasta los pies de la cama y me subo a ella, instándolo a que me siga; y él lo
hace.
Tumbada sobre la cama y abierta de piernas,
dejando expuesto su sexo rasurado para deleite mío y de Rafael, nuestra sensual
prisionera coge mi mano para posarla sobre su sexo. Su coño se siente como un
volcán, listo para entrar en erupción, sus jugos deslizándose entre los
sensibles labios, preparándola para una invasión que está decidida a aceptar.
Las
alas de Rafael la tocan, subiendo por sus piernas mientras sus músculos se
contraen por el contacto y el placer sensual que otorgan las suaves plumas. Sonríe y avanza lentamente hacia ella
sosteniéndose en manos y rodillas. Su clara mirada se clava en la mía como un
puñal de deseo y lujuria, lapidando cualquier rastro de conmiseración que
pudiese quedar en mi interior. Como la serpiente del edén, repto por la cama de
forma sibilina hasta posar mis lascivos labios junto a su oído, tentando a mi
cándido congénere con mi susurrada voz, ronca por el deseo y la necesidad.
—Libérala de su angelical destino. Alimenta
tu alma con la pasión que te ofrece su virginal cuerpo como lo hará la mía.
Su miembro palpita en mi mano izquierda
mientras le prodigo caricias. Desde la base hasta el glande, recogiendo la
humedad con el pulgar y extendiéndola a lo largo de su polla, dura como el
mármol, suave como algodón. Mi mano derecha acaricia el resbaladizo y empapado
coño de la criatura ante nosotros, empapándose mis dedos con su espesa crema
cuando los introduzco en su cálido pasaje, rozando ese pedazo de cielo en su
interior que hace que su cuerpo tremole, ofreciéndome el mejor de los regalos,
su aceptación. Poso mis labios sobre los suyos, acariciándola con mi lengua
hasta penetrar en su dulce boca, entregándole un pedacito de mi alma en este
exquisito beso.
La recompensa por lo que acabo de ofrecerle no tarda en llegar.
Su útero sufre espasmos alrededor de mis dedos e inmediatamente los retiro y
los llevo a mi boca, deleitándome con su aroma almizcleño y su sabor exquisito,
inédito hasta ahora para mí y al cual sé que me volveré adicto. Obtengo una
lastimosa queja por su parte al privarla de su liberación, pero pronto es
reemplazada por un suspiro de placer cuando guío la erección de Rafael
hasta su entrada y siente la punta roma de su glande presionar.
Ante mis ojos, el pétreo e ingente pene de
Rafael, se pierde en el interior de su estrecha vagina, desapareciendo unos segundos
para volver a aparecer. La erótica imagen de su talle impregnado por la
deliciosa melaza hace que desee capturarlo entre mis labios y limpiar tan
placentero manjar con la lengua. Darle placer a mi bello Rafael, hacer que se
corra en mi boca y tragar la esencia de su liberación. Es un capricho que
luego, cuando hayamos salvado la vida de la joven Sara, me concederé.
Rafael vuelve a hacer frente a su ardua
tarea, su piel esta perlada por el sudor, su pelo se pega a su rostro y sus
ojos destellan la salvaje necesidad de poseerla y que reprime para no dañar a
la hembra. Se contiene, sus músculos tensados y su mandíbula apretada evidencian
su tortura y aún así, sujetando sus caderas, embiste una vez más; despacio con férrea
voluntad.
Por mi parte yo no reprimo mis instintos y
aferrando mi dolorido pene comienzo a masturbarme ante la mirada cargada de
gula de nuestra amante. Una sonrisa se dibuja en su ovalada cara y no necesito
más invitación para pasar mi brazo bajo su cabeza y acomodarla para que
albergue mi gruesa verga en su cálida boca. Sus suaves y rosados labios
envuelven mi glande, resbalando por mi erección, raspando con sus dientes,
humedeciendo con su áspera lengua. Una dulce y tortuosa caricia hasta hacer que
mi miembro desaparezca casi por completo en su húmeda y cálida boca en el mismo
instante que Rafael comienza a enterrarse en su cuerpo.
Conteniendo el aliento, nuestra dulce Sara,
separa todavía más las piernas para aceptarlo por completo. Rodeándola con los
brazos, y clavándole los dedos en las nalgas, Rafael la alza y establece un
ritmo implacable, lento y profundo. Con cada envite se fricciona contra ese
sensible lugar en su interior. Cada vez que la llena sus labios se cierran
sobre mi polla ejerciendo una presión que me lleva cada vez más cerca a mi
propia liberación, haciendo que folle su boca salvajemente.
El sonido errático de la respiración de
Rafael, la forma en que ahora empuja, con más fuerza, más rapidez, constata que
él también está cerca. Impregno mis dedos con saliva y acaricio su clítoris,
enervando las terminaciones nerviosas de su rígido brote, haciendo que sus músculos
se tensen y que los desbocados latidos de su corazón se aúnan a la demandante
excitación que corre por sus venas.
—Ángel, córrete con nosotros.
Por un segundo la tierra deja de girar y el
mundo deja de existir cuando su mirada reverbera la sumisión de su cuerpo. Somos
tres seres sincronizados en una danza carnal. Alma y cuerpo se fusionan creando
un estado de conciencia donde sólo hay cabida para el placer,
llevándome de nuevo a ese lugar donde mis ataduras se
rompieron y fui libre.
Alzando el rostro y conectando las miradas,
Rafael y yo, rugimos como animales la llegada de nuestra liberación. Con un
largo gruñido, y sin aflojar la fuerza con que la abraza, Rafael eyacula llenando
a Sara con su semilla. Yo me derramo en lo más profundo de su garganta, ahogando
su alarido de éxtasis y abandono con mi pene. Seguimos embistiendo hasta que los
gritos y gruñidos dan paso a los gemidos y jadeos, hasta que nuestros
movimientos se vuelven un lento vaivén. Liberándola de ambos miembros ya saciados
nuestros cuerpos quedan completamente laxos tendidos junto a ella. Poco a poco,
nuestras respiraciones se vuelven acompasadas, los latidos del corazón se ralentizan,
trayendo la bienaventurada calma a nuestras almas.
Siento sobre mis labios una tierna caricia de
dedos trémulos, los cuales reconozco antes de abrir los ojos. Beso sus dedos,
la palma de su mano y mirándole a los ojos le trasmito el respeto y el amor que
le profeso. Unas alas negras se alzan ahora en su espalda, alas que unidas a
las mías nos envuelven en un manto de oscura y dulce rendición.
Hoy hemos conseguido salvar a una inocente criatura de una muerte temprana. Su alma pura, su cuerpo virginal ya no será reclamado para pertenecer a su corte de ángeles. Ya no estoy solo en la tierra, mi amado ángel caído Rafael será mi compañero. Serán muchos los que vengan a por nosotros, pero juntos libraremos la batalla, hasta entonces solo queda abrazar este paraíso de placer que nos ha sido brindado.
Charo, genial. Me ha gustado cómo has utilizado la consigna del toque paranormal, he leído poco de ángeles. Y envidio tu forma de utilizar las palabras, ya quisiera yo...
ResponderEliminarUn besote..!
Gracias Brianna , me alegra que te haya gustado. A ver si para la próxima me encuentro con ánimos para dar el paso.. Tu sabes a que me refiero.. Jajaja
Eliminar¡Charo si me gusto el primer relato imagínate como me ha encantado este! Muy interesante, pasional y al mismo tiempo poético.
ResponderEliminar¡¡Hermoso!!
Saludos.
Gracias Kimberly me alegra que te guste, es un placer para mi contar con tu presencia en mi humilde morada... Besos.
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