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LOS BESOS NO SE COMPRAN


Hola,
Este relato lo he escrito para el Juego de Primavera, excelente iniciativa a cargo de Paty C. Marín, que se lleva a cabo en su blog Cuentos Íntimos, maravilloso blog que os recomiendo si os gusta la literatura erótica y si no, también, os lo aseguro vale la pena leerla...(os dejo enlace a su blog)...
                                                                                                                         
Las bases eran las siguientes: Escribir un relato erótico, a partir de un comienzo aportado por Paty y a partir de ahí desarrollar el escrito. También se debían elegir 2 de las 8 fotografías que ella proporcionaba e integrarlas en el escrito, siendo parte estas del relato.
Yo como siempre en cuanto me enteré fue un reto para mi, pues nunca he escrito nada erótico, pero como estoy empezando me gusta escribir sobre todos los géneros, igual algún día soy buena en alguno y mira tu por donde me veis firmando libros, jajaja
Bueno sin mas os dejo para que leáis el que espero sea mi primer relato erótico, pero no el ultimo, jajaja, espero que os guste.






LOS BESOS NO SE COMPRAN


Como cada jornada, sobre las nueve, Ámber regresaba a casa. Utilizaba la línea de metro número 3, cuya duración era de veinticinco minutos y que siempre pasaba por la estación a las nueve y diecisiete. Eso le daba tiempo a comprarse algo de comer en la tienda de la esquina, normalmente un croissant, que mordisqueaba con calma mientras paseaba hacia el andén. Aquella noche llevaba un libro bajo el brazo, una nueva lectura que empezaría en cuanto se diese una ducha, se pusiera el pijama y se metiera en la cama. Pensando en si estaría demasiado cansada para leer diez páginas o un capítulo entero, subió al metro, que siempre estaba lleno a esas horas, y buscó un lugar dónde sentarse; casi nunca había un asiento libre, pero no perdía nada por comprobarlo.
De pronto, le vio entre la gente. Se sobresaltó cuando sus miradas se encontraron y bajó la vista al suelo.


           Él estaba allí, como cada noche, en el vagón de metro de las nueve y diecisiete de la línea número 3 esperando que las puertas se abrieran y ella apareciese. Una chica de lo más normal que no llamaba la atención de los borregos que la rodeaban, en especial de uno, y él daba gracias por ello. Con la camisa blanca formal y pantalones negros de camal ancho no se apreciaban las curvas que escondían esas insulsas ropas, bajo ellas un cuerpo hecho para el sexo pedía a gritos ser liberado. Él sabía toda la pasión que encerraba, había sido testigo de ello, como sabía de su negativa a ceder al deseo; ese mismo deseo que sus ojos reflejaron cuando sus miradas se encontraron antes de que ella bajase la cabeza y volviese a levantar los muros que la acorazaban. También había saboreado las mieles de su pasión, sabor que no podía olvidar y que provocaba que el recuerdo de sus encuentros lo convirtiera en un Neandertal, tentándolo a acortar la distancia que les separaba y empujarla contra las puertas para que esta vez fuera su polla lo que tuviese dentro y no sus dedos. La situación se le había ido de las manos. Llevaba un mes que le era imposible trabajar. No era capaz de sacarla de sus pensamientos. Su preciosa sonrisa, sus tímidas caricias, sus jadeos y gemidos, todo estaba grabado a fuego en su mente. Esa parte de ella que no sabía lo endemoniadamente sexy que era cuando su ingenuidad la hacía sonrojarse, o cuando mordía su labio inferior para evitar preguntar algo, que según ella, era vergonzoso en boca de una mujer y se moría por experimentar, hacia que la deseara tanto que rozaba la obsesión y lo peor de todo era que no solo se había colado en su mente, sino también en su corazón, se moría por besarla, por probar su boca de labios carnosos que lo traían de cabeza desde el primer día.

******          ******          ******          ******         

Mirando las puntas de sus zapatos, Ámber, sentía que los minutos no pasaban. Igual que cada día insistía en buscar ese asiento vacío en el atestado vagón, sabiendo que era casi imposible encontrarlo, cada día inspeccionaba la multitud de desconocidos esperando ver a Mark entre ellos, sabiendo que eso solo sería posible los martes; sin embargo hoy era viernes y allí estaba. No podía quitarse de la cabeza esa mirada. Un hormigueo recorrió su cuerpo. El roce de la fina tela de la camisa erizaba la piel de sus brazos y el encaje del sujetador lamia sus pezones erectos provocando una fricción dolorosa y a la vez deliciosa. Su corazón latía desenfrenado haciendo que su respiración se acelerara por momentos. Cerró los ojos y se dejó arrastrar por los recuerdos que abordaban su mente.
De nuevo estaba en el pasillo de casa, con los brazos en alto y contoneando su cuerpo desnudo al son de la música… “I know I may be young, but I’ve got feelings too…” (*música*)… Pasando la punta de los dedos a lo largo de su brazo hasta llegar al pezón, sintiendo escalofríos al sentir el sutil contacto de la fría brisa del aire acondicionado sobre su piel caliente por la excitación que generaban sus manos sobre sus pechos. Por los altavoces la voz de Britney Spears era la guinda que endulzaba el pastel, cada vez estaba más caliente… “I’m a slave for you. I cannot hold it; I cannot control it. I’m a slave for you. I won’t deny it; I’m not trying to hide it.”… - ¡Oh sí, Ella tampoco podia controlarlo! -
Su excitación aumentaba al igual que la dureza de sus caricias. Amasaba sus pechos hasta el punto del dolor y como recompensa a tan dulce tortura sus pezones estaban duros; en ese momento deseaba poder ser capaz de lamerse ella misma. Martirizaba su sensible brote, su dedo índice y corazón, mojados por su propia saliva, lo acariciaban. Su otra mano bajaba lentamente hasta su sexo, cubriendo su monte de venus, rozando su vulva con el dedo lenta y pausadamente hasta acabar este en su entrada. Lo llevaba hasta su clítoris y con movimientos circulares le daba los cuidados que se merecía; sí, sus propios jugos hacían que su dedo se sintiera como la caricia de una lengua.



 Frente a ella sentado en una silla al final del pasillo, Mark, ataviado con una simple camisa abierta, estaba expuesto a su mirada, con su cuerpo desnudo velado por las sombras que proporcionaban las pequeñas llamas de las velas situadas a lo largo del pasillo, observándola como se acariciaba. Sus manos aferraban su miembro erecto, el cual lloraba reclamando atención, derramando una única lágrima perlada, esa que tanto ansiaba lamer ella. Su mano resbalaba desde la base hasta la punta, abajo y arriba, con movimientos lentos, pasando su pulgar por el sublime líquido que adornaba la cabeza de su pene y extendiéndolo por la piel de su miembro grueso y venoso. Recostado en la silla y con la cabeza echada hacia atrás, su mera visión era una tentación que ella no quería negarse, pero sabía que tenía que hacerlo; si ella no obtenía placer no habría engaño en lo que hacía, solo devoción hacia la persona que quería.

Por más que lo intentaba Ámber no podía dejar de tocarse. Su mano izquierda atormentaba su pezón, pellizcándolo, haciendo que una descarga fuese directa a su clítoris, la derecha acariciaba su sexo cada vez con más rapidez, movimientos que se acompasaban a su acelerada respiración. Solo un poco de presión sobre su sensible clítoris y los músculos de sus piernas se tensarían. Ya comenzaban a temblarle, no podría aguantar por mucho tiempo el equilibrio y no lo dudó; dejó las atenciones a su pecho y apoyó la mano en la pared. Su sexo se sentía vacio, comenzaban las contracciones y sus paredes necesitaban algo a lo que aferrarse. Una fuerte mano sobre la suya guió dos dedos a su interior; uno de ella, otro de él.
Cómo había recorrido el pasillo en decimas de segundos no lo entendía y su grado de excitación hacía que no le importara; comenzó a montar ambas manos.
La música quedó relegada a un segundo plano. Sus jadeos resonaban en el pasillo poniendo banda sonora a la bella y sensual danza de sus cuerpos. El calor que desprendía el cuerpo tras ella y la erección que había presionado la parte baja de su espalda desaparecieron y a punto estuvo de protestar cuando un tercer dedo la penetró. Sacó su propio dedo de su interior y apoyó ambas manos en la pared… - ¡Que Dios le perdonara lo que iba a hacer! - … porque sabía que ella misma no lo haría, y a pesar de ello, no pudo evitar que los gemidos escaparan de su garganta cuando, de rodillas ante ella y sin dejar de penetrarla, succionó su clítoris, haciéndola estallar cuando sus dientes con maestría presionaron lo suficiente para que la punzada de dolor la llevara a la culminación, haciéndola creer por unos instantes que era esa boca que saboreaba su sexo la que verdaderamente estaba destinada a besar.
El murmullo de voces invadió sus oídos, haciéndola abandonar el exquisito recuerdo de su último encuentro con Mark. Aferró el libro a su pecho en un intento por recobrar la compostura y se miró de nuevo el reloj impaciente, en un minuto el metro pararía y ambos bajarían. En cuanto se abrieran las puertas Ámber saldría disparada, necesitaba llegar a casa y darse una ducha, sacarse de la cabeza los recuerdos y de la piel sus caricias; aunque lo lamentaba, ya no podía permitirse el coste de su compañía.

******         ******         ******         ******         ******

En cuanto las puertas del metro se abrieron Mark salió escopetado, pues sabía, por su reacción cuando lo vio en el vagón, que Ámber saldría corriendo a encerrarse en el que era su refugio, su solitario apartamento. Tras sortear a una pandilla de críos, una mujer, que no tenia mejor sitio que rebuscar en el bolso que en medio del andén y a un anciano que le dieron ganas de coger en volandas y llevarlo hasta la salida, pues una tortuga a su lado dejaría al correcaminos con la lengua fuera, por fin llegó a las escaleras de salida del metro. Subió los escalones de dos en dos y ni con esas pudo verla y encima comenzaba a llover… ¡Es que hoy todo tendría que venirle de culo!... No es que le hiciese falta seguirla, se sabía el camino de memoria. Se abrochó la cazadora y echó a correr, si algo tenía claro es que de hoy no pasaba que él estuviese enterrado tan dentro de ella, como ella lo estaba dentro de él, aunque en su caso sería literalmente, su polla por fin estaría donde le pertenecía, dentro de ella, en lo más hondo. Nunca creyó que él, un profesional, se vería así de afectado por una mujer, joder, solo de pensarlo ya estaba empalmado. La cremallera rozaba su verga, eso le pasaba por no usar ropa interior, era insoportable… ¿Sentiría lo mismo cuando Ámber rastrillara sus dientes lentamente por ella?... No, estaba seguro que sería mil veces mejor, lo mismo que besarla.
Ámber echó a correr como alma que lleva el diablo en cuanto las puertas se abrieron, lo último que necesitaba era toparse cara a cara con él. La llovizna se había transformado en una lluvia que, aunque no era torrencial, era más que suficiente para calarla de arriba abajo. En ningún momento se detuvo, pese a creer escucharlo en la lejanía gritar su nombre, cosa que podría ser perfectamente resultado de sus ganas por volver a estar con él. Delante del portal de casa pensó en voltear la cabeza para ver si él la había seguido, pero si volvía la cabeza perdería unos segundos que serian cruciales para deshacerse de él, si en efecto la había seguido. Una leve llovizna mojó su camisa, miró al cielo y una gota cayó sobre su cara. Llevaba un paraguas en el bolso, pero no perdería el tiempo sacándolo. Después de varios intentos la llave entró en la cerradura, por fin estaba a salvo, o eso pensó hasta que un fuerte empujón la lanzó al interior del edificio.
El rellano estaba sumido en la oscuridad más absoluta y aun así pudo reconocer su aroma. Ese que, inocentemente, pensó cuando le conoció que era debido a algún tipo de perfume a base de “Feromonas” y que después de un mes, reconocía como el olor de su excitación. Ese olor que evocaba la perfecta imagen de su bien formado cuerpo desnudo y de su miembro erecto y curvado descansando sobre su abdomen musculoso; una imagen que hacía que su cuerpo vibrara de deseo y su sexo cosquilleara, ansioso de caricias, mojado y preparado… para él.
— ¿Es que estas sorda? Sé que me has visto en el metro y no me has esperado, eso no está bien nena… ¡Nada bien!
Ámber quedó paralizada ya no por las manos, que como abrazaderas de hierro la inmovilizaban por los antebrazos contra la pared, sino por el tono posesivo y sobretodo dominante con el que espetó las palabras.
— Yo… yo lo sien… —no pudo terminar las frase. Había agarrado sus muñecas y subido sus brazos por encima de su cabeza, apretándose a ella, presionando su erección contra su monte de venus, lamiendo sutilmente con la punta de la lengua el camino a la inversa que segundos antes había recorrido una única gota de lluvia por su cuello hasta llegar a la parte superior de su pecho, robándole con ello la respiración.
— ¡Sí!... Que no te quepa duda que lo vas a sentir… — susurró junto a su oído, a la vez que prodigaba delicados mordiscos combinados con las caricias de su magnífica lengua en el lóbulo de su oreja— Y en lo más profundo de tu ser, te lo puedo asegurar.
Las piernas le temblaban, todo el cuerpo le temblaba. Una mezcla de miedo, ante este nuevo comportamiento de él hacia ella, y de excitación, por la promesa no dicha de lo que este hombre haría a su cuerpo, hizo que su respiración se atorara en sus pulmones, temiendo soltarla, sabiendo que de hacerlo sería un jadeo lo que saldría de sus labios. Quería dejarse llevar, sucumbir al deseo que la arrollaba, ofrecerle no solo su cuerpo, también su corazón, pero sabía que para él solo sería una más y no podía reprochárselo, a fin de cuentas era su trabajo.
Se había propuesto recuperar a Peter, costara lo que costara. Hacía dos meses que la había dejado porque, según él, ella era una sosa en la cama y el muy joven para no disfrutar de los placeres de la vida y amargarse tan pronto. Fue ahí cuando decidió poner remedio a su problema contratando los servicios de Mark para que la enseñara a complacer a un hombre en el ámbito de la cama. Sin embargo ahora, después de un mes de conocer lo que verdaderamente era la pasión y sentirse deseada, lo que era la autentica excitación, esa que suscitaba su simple mirada y que hacía que nada importara, excepto la sensación de sentir su aliento en la nuca y su cuerpo desnudo junto a ella, había descubierto que el problema no residía en ella, sino en Peter… él no era el hombre correcto. Ella era una mujer guapa, joven, apasionada y después de un mes, en el que había explorado su sexualidad con un verdadero hombre, se sentía sexy y atrevida y lo pensaba demostrar.
El ruido de unas llaves hizo que Mark aflojara su agarre, dándole la oportunidad perfecta para liberarse y, en un arrebato salvaje, sujetar con ambas manos su pelo, aprovechando su momentánea distracción para devorar su boca y pese a las ganas irrefrenables que tenia de bajar sus pantalones y rodear su cintura con las piernas, puso las manos en su pecho y lo apartó bruscamente de ella. Su mirada lo decía todo sin necesidad de palabras, pagaría caro este atrevimiento. Los besos eran territorio prohibido para él y ella lo sabía. Su boca estaba dispuesta a deleitar cualquier parte de su cuerpo, menos los labios, sin embargo ella estaría dispuesta a recibir muy gustosa cualquier castigo que él le impusiera, con tal de que la besara.
Mordiendo su labio inferior, una picara sonrisa apareció en su cara y sin perder más tiempo se lanzó a las escaleras y subió los peldaños, dejando tras de sí el frenético ritmo de sus tacones. Podría haber cogido el ascensor, pero viviendo en el primer piso, encerrarse en un cubículo de tres metros cuadrados con Mark y un vecino cotilla que seguro notaria su grado de excitación, no era opción.
Ámber daba gracias por haber optado por ponerse pantalones y no falda, apretando los muslos, la costura del pantalón hacia maravillas sobre su sexo ansioso mientras la dichosa llave no encajaba en la cerradura. La mano de Mark entró en escena y al igual que tres días antes sin vacilar la había guiado hasta su sexo, ahora detenía el temblor de esta para que la llave encajara en la cerradura.
El ruido de la puerta al cerrarse. El golpear de sus zapatos en el suelo cuando los lanzó. El sonido de los botones de su camisa al ser arrancados. Sus fuertes manos aferradas a su cintura inmovilizándola contra el aparador de la entrada. El delicioso tacto de su lengua desde el centro de sus pechos a lo largo de su cuello. La respiración acelerada de ambos. Todo ello creaba un clímax donde el placer se apoderaba de cada poro de su ser, ya no había vuelta atrás; ni ella lo quería.
— Lo que has hecho ahí abajo… ¡Dios nena!... eso se merece un castigo.
Esa palabra otra vez. El tono con el que salía de sus labios, un tono posesivo, dominante, con la promesa tácita de hacerla pagar por llevarlo al límite. Ese “Nena” calentaba su cuerpo y su corazón.
— ¡Joder, me vuelves loco! —La visión de sus pezones duros bajo el sujetador blanco de encaje era sublime para Mark— Ahora debería hacerte pagar por los treinta días que llevo matándome a pajas. —su boca se vio irremediablemente atraída, como si fuese un imán, por ese brote erecto que pedía a gritos ser mordido.
Ámber no pudo evitar jadear cuando su boca se apoderó de su pezón. Sus dientes lo mordieron, provocando que su sexo, ya mojado, se sintiese ávido por sentir sus caricias.
— Me has convertido en un eunuco ante cualquier mujer que no seas tú. Tendría que hacer que suplicaras…por horas…—las advertencias salían de su boca, pero Mark sabia que sería incapaz de llevar a cabo sus amenazas. Deseaba estar enterrado en ella, llevaba un mes deseándolo.
Ámber estaba exhausta por la excitación. Los reproches de Mark, contrariamente a amedrentarla, hacían que su cuerpo vibrara impaciente, su sexo dolía, le necesitaba. Este hombre la iba a volver loca. Acababa de decirle que llevaba un mes deseando hacer el amor con ella y ahora que ella estaba caliente y desesperada por hacerlo con él se tomaba su tiempo. La sangre le hervía, estaba impaciente.
— ¡Hazlo! Castígame si quieres, pero hazlo ya… ¡Por favor, te necesito! —dijo con voz suplicante mientras llevaba sus manos hasta el botón de su pantalón.
La suplica de Ámber fue música para los oídos de Mark. Su polla se resintió dentro de sus pantalones. Estaba tan duro que podría remachar un clavo del veinte y apenas sentirlo… - Que la castigara si quería le había dicho… ¡Joder!... Lo estaba deseando, aunque… ¡A la mierda! Mañana se dedicaría a eso, ahora necesita follársela más que respirar -. Se apartó de ella y se deshizo de la cazadora. Desabotonó los puños de la camisa, mientras observa como ella se libraba de su empapada camisa, quitándose con algo de vergüenza el sujetador, dejando expuestas sus tetas a su mirada hambrienta.
Sincronizados se quitaron los pantalones, él dejando su miembro a la vista, grueso y erecto, ella sus bragas de encaje blanco a juego con su ya inexistente sujetador. La pegó a su cuerpo, amasó con desesperación su fabuloso culo y flexionando las rodillas la alzó. No fueron necesarias las palabras, ella se aferró a su cuello y rodeó su cintura con las piernas. Debería de ir a la habitación, su primera vez tendría que ser en la cama, pero estaba al final del pasillo y no creía que pudiese esperar a encender luces y recorrer ocho metros de pasillo notando el calor que emanaba su coño sobre su pelvis. La primera puerta era un cuarto al que nunca había entrado, pero le valdría para su propósito.
Ámber no se podía resistir a la deliciosa fricción que hacía que la tela de sus bragas rozara su clítoris, por lo que imitó el movimiento que utilizó para montar su mano el martes, frotando su sexo contra su abdomen… -¡Y se sentía delicioso!-
La excitación, el frenesí y las caricias de sus manos, aunque en pocas ocasiones, las había sentido. Sus palabras que la encendían, su aliento que erizaba su piel, su mirada que la hacía perder los papeles, todo en mayor o menor medida lo había sentido, excepto la experiencia de probar su boca. Un beso, el gozo de sentir sus labios sobre los suyos, algo tan sencillo y sin lascivia, pero que para ella implicaba tanto. Deseaba besarle, demostrarle lo que sentía por él.
En cuanto entraron al cuarto Ámber deshizo su abrazo para enmarcar su cara y mirarle a los ojos. Bajó sus piernas y tocando ya sus pies en el suelo, ni él apartó las manos de sus caderas, ni ella de su cara. Por unos instantes pensó que se inclinaría y la besaría, pero no fue así, el tiempo quedó suspendido para ambos, mirándose a los ojos.  Lentamente fue acariciando su rostro, sus hombros, descendiendo por sus brazos, poco a poco, hasta llegar a sus manos. Entrelazó sus dedos con los de él y lo guió hasta el centro de la vacía estancia.

Una habitación de suelos de madera vieja, con tan solo una silla bajo una triste y antigua bombilla que emitía una tenue luz, suficiente para que, si él la mirara, descubriera que sus ojos habían comenzado a aguarse.
— Siéntate —dijo Ámber apenas en un susurro, instándolo a tomar asiento.
— Ámber…yo… —las palabras arañaban el pecho de Mark deseosas por salir. Sabía que ella había esperado que la besara, sin embargo se había quedado petrificado al comprender que ella sentía algo por él; y ahora estaba entre sus piernas, ante él arrodillada, ofreciéndole algo que no había dado a ningún hombre… ¡Dios, amaba a esta mujer!
Ámber intentó reprimir las lágrimas, pero le fue imposible cuando Mark la aferró contra su pecho y besó su cabeza. Quería a este hombre y cuando él se marchara saldría de esta habitación dejando su corazón encerrado en ella.
— Lo siento Mark…yo no debí… —le costaba hablar. Las caricias en su espalda, contrariamente a ser un bálsamo para ella, hacían que un nudo de dolor se instalara en su pecho— Perdóname por besarte. Sé que tú nunca besas a tus clientas y entiendo que estés enfadado, pero no lo pensé. —No estaba segura si él podría oír su confesión, pues musitaba las palabras con apenas un hilo de voz, tampoco obtenía reacción por su parte— Hoy será el ultimo día que reclame tus servicios… ¡Te pagare mas si es necesario por un beso!... ¿Lo harías Mark?, ¿Me darías un beso si te pagara?
La mano de Mark quedó inmovilizada en su espalda, no podía creer lo que oía. Ámber pensaba que su cabreo era porque lo había besado y no por haberlo apartado de ella cuando lo besaba, que era la verdadera razón por la que su lado dominante había aflorado y encima le decía que le pagaría por un beso, acaso pensaba ella que para él era una clienta… -¡Si ni siquiera había aceptado su dinero, se lo devolvió!- Sus palabras lo habían dejado petrificado… -¡Dios, hombre reacciona!-…se recriminó mentalmente. No podía cometer el mismo error de hacia unos minutos, no pensaba perderla. Poniendo un dedo bajo su barbilla la obligó a mirarle y lo que vio le rompió el alma, las lágrimas empapaban sus mejillas.
— ¡Ámber, nena! No llores por favor, me destroza el corazón verte así… —susurro con voz dulce, mientras limpiaba las lagrimas de su cara con los pulgares— Cariño los besos no se compran
Ámber cerró los ojos fuertemente. En estos momentos quería morirse, se sentía destrozada.
— Los besos son símbolo de amor mi vida… se regalan —dijo Mark al tiempo que se inclinaba y posaba los labios sobre los suyos.

11 comentarios:

  1. Ay, que bonito ó.ò ¡Te ha quedado super romántico! ¿Ves? Algo erótico, si viene acompañado de algo romántico, queda mucho más bonito ^_^ Me ha gustado mucho, y espero que hayas disfrutado de este proyecto :D

    Besos!

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  2. Gracias Paty. ¿Realmente lo ves erótico? entraría en esa categoría. Es que al ser el primero no sabia si entraría en el género. De todas formas me alegra que te haya gustado...Besisss.

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  3. A mi también me gustó....No me imaginaba esa "relación" entre ellos... Felicidades...Y te aclaro...para que algo sea erótico no tiene que ser necesariamente vulgar o pornográfico ^^...Yo no sé mucho, pero leí un post por ahí...

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    1. Gracias Emma. La verdad que al ser el primero no sabia como quedaría, pero al final resulto bien. Hay algunas palabrillas algo, no mal sonantes, sino coloquiales, jajaja que las puse en el personaje masculino pero tampoco quise excederme para que no fuese vulgar su forma de hablar. Me alegra que te haya gustado... Besisss

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  4. Hola, acabo de encontrar tu blog y este relato es precioso y el final me encanta.
    He visto que tienes mas relatos y una historia empezada, voy a seguir entrando por aqui y leer lo que escribes.
    Un saludo

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    1. Gracia Sara, me alegra que te guste. Si, hace poquito que he comenzado con el arduo trabajo de la escritura, pero poco a poco voy escribiendo algunas cosillas. Te agradezco de todo corazón que pases por aquí, la humilde morada de mi imaginación .... Besisss.

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  5. Hola, Charo!!

    Es que Paty nos está iniciando a unas cuantas, jaja.
    Tu relato está muy bueno, intenso y conmovedor.

    Besos!

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    1. Gracias Maga. Temía haberme pasado de romanticón, incluso de largo.
      Tienes razón Paty nos está enganchando a mas de una, jajaja, pero también hay que decir que es normal, pues leyéndola a ella, a mi siempre me ha gustado la literatura erótica, pero de no ser así,la leería igualmente pues su forma de escribir es fantástica.
      Besisss

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  6. Charo, leído!! y me HA ENCANTADO!!! No le sobra nada (ni las palabras 'malsonantes' que dices; deberías verme a mí! jeje).
    A mí me gusta la literatura erótica, pero si tiene el calor del amor dorando el pastel... es ya....

    Te ha quedado precioso.... (y te diría que continuaras la escena que ha quedado a medias... ;) ).

    Te sigo.

    Un besote!

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  7. Un relato muy sugestivo, me ha gustado el puntito romantico del final. Felicidades!!

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  8. ¡Wow!
    ¡Charo oficialmente me declaro tu fan! Últimamente me paso dando vueltas por tu blog y me gusta todo lo que escribes y este relato no fue la excepción.

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