Este relato lo he escrito utilizando la frase que Déborah F. Muñoz propuso en el proyecto del mes de Marzo de Adictos a la Escritura, ya que no hubo relato. La frase en cuestión es... “Se estiró como un felino y comenzó a andar en la dirección que había escuchado el ruido, con la seguridad de que nada podía dañarle.”
Creo que seremos vari@s las que le dediquemos un relato a dicha frase y ya que no soy la primera, pues Li en su blog Travesía Literaria ha publicado un relato he querido subirme al carro y hacer un relato relacionado con el suyo. La misma historia desde el punto de vista de otro personaje, jajaja, espero que os guste a ambas.
VENGANZA
Carlos observaba las fotografías esparcidas por la alfombra. La tenue luz de la luna que se filtraba entre las cortinas apenas era suficiente para que sus ojos distinguieran las imágenes que formaban el collage frente a él, pero no le era necesaria ninguna luz en absoluto, en su mente cada una de ellas había sido memorizada.
Su cuerpo desnudo comenzaba a entumecerse por permanecer horas en la misma posición , solo la botella vacía tirada en el suelo y varios preservativos usados evidenciaban que en algún momento hizo algo más que estar sentado en el sofá frente a la centena de fotos que había tomado de forma furtiva a su vecina. Cuando Alberto acudió a él dos meses atrás , ofreciéndole dinero y una vida fuera de las calles a cambio de deberle un favor, jamás pensó que el pago le convertiría en un asesino, aunque era un precio que estaba gustosamente dispuesto a pagar.
Su cuerpo desnudo comenzaba a entumecerse por permanecer horas en la misma posición , solo la botella vacía tirada en el suelo y varios preservativos usados evidenciaban que en algún momento hizo algo más que estar sentado en el sofá frente a la centena de fotos que había tomado de forma furtiva a su vecina. Cuando Alberto acudió a él dos meses atrás , ofreciéndole dinero y una vida fuera de las calles a cambio de deberle un favor, jamás pensó que el pago le convertiría en un asesino, aunque era un precio que estaba gustosamente dispuesto a pagar.
Las lágrimas que sus ojos cansados derramaban dejaban escapar algo de la amargura que roía su alma, siendo esta recuperada cada vez que su lengua probaba el sabor salado de su sufrimiento. Amelia llevaba ocho años bajo tierra por culpa del hijo de Alberto, se suponía que el tiempo curaría sus heridas, todo el mundo así lo decía, pero su dolor no hizo sino crecer con los años y con él, un sentimiento de impotencia que le gritaba y recriminaba su pasividad. Nunca el adinerado chico enfrentó las consecuencias de sus actos, su poderoso padre se ocupó que todo quedara en una mera reprimenda.
Hoy en día Eduardo Gutiérrez era un profesor sin antecedentes policiales, el cual pronto se casaría con la bella Tania, sin embargo Carlos Fernández, el que fuese un abogado de renombre, había acabado siendo un drogo dependiente que llegó a vender su cuerpo en las calles por una dosis. Lo que el incauto chico no sabía era que el mismo desaprensivo que con su dinero compró el silencio de una familia, aprovechándose de su necesidad, hoy le brindaba en bandeja de plata una salida a su atormentada situación.
El sonido del agua corriendo proveniente del aseo le hizo dejar su diatriba mental y enfocarse en el presente. Se estiró como un felino y comenzó a andar en la dirección en que había escuchado el ruido, con la seguridad de que nada podría dañarle. Cuando irrumpió en el baño y contempló a la chica desnuda, su seguridad murió, si había algo que podría dañarle y era el no tener agallas llegado el momento para arrebatarle la vida a una inocente que solo había cometido el pecado de no ser lo bastante buena para el hijo del todopoderoso Alberto Gutiérrez. Esa misma mañana había salido en busca de una de las tantas chicas que ofrecían sus servicios por un puñado de euros, la necesitaba para entrar en la casa, la forma en que Tania lo miraba cada vez que se cruzaban le dejaba bien claro que no se fiaba un pelo de él y hacia bien, aunque estaba seguro que nunca pensó que sería su verdugo.
Hoy en día Eduardo Gutiérrez era un profesor sin antecedentes policiales, el cual pronto se casaría con la bella Tania, sin embargo Carlos Fernández, el que fuese un abogado de renombre, había acabado siendo un drogo dependiente que llegó a vender su cuerpo en las calles por una dosis. Lo que el incauto chico no sabía era que el mismo desaprensivo que con su dinero compró el silencio de una familia, aprovechándose de su necesidad, hoy le brindaba en bandeja de plata una salida a su atormentada situación.
El sonido del agua corriendo proveniente del aseo le hizo dejar su diatriba mental y enfocarse en el presente. Se estiró como un felino y comenzó a andar en la dirección en que había escuchado el ruido, con la seguridad de que nada podría dañarle. Cuando irrumpió en el baño y contempló a la chica desnuda, su seguridad murió, si había algo que podría dañarle y era el no tener agallas llegado el momento para arrebatarle la vida a una inocente que solo había cometido el pecado de no ser lo bastante buena para el hijo del todopoderoso Alberto Gutiérrez. Esa misma mañana había salido en busca de una de las tantas chicas que ofrecían sus servicios por un puñado de euros, la necesitaba para entrar en la casa, la forma en que Tania lo miraba cada vez que se cruzaban le dejaba bien claro que no se fiaba un pelo de él y hacia bien, aunque estaba seguro que nunca pensó que sería su verdugo.
— ¿No tienes nada mejor que ponerte?
La mirada que le dirigió la chica lo decía todo, seguramente esa era la única playera que tenía. Era rosa y muy ajustada como los jeans que vestía y en conjunto era un buen uniforme de trabajo, dejaba poco a la imaginación.
— ¡No te maquilles! Tiene que confiar en ti, no pensar que le vas a levantar el novio.
Sin más, salió del baño y se encaminó a su habitación para vestirse. Esta noche Carlos pagaría su deuda a Alberto, quería quitarse de en medio a su futura nuera y él lo haría. Ocho años habían pasado desde que Eduardo segara la vida de su amada Amelia una noche que conducía ebrio y esta noche por fin obtendría lo que tantos años llevaba anhelando... venganza.
La mirada que le dirigió la chica lo decía todo, seguramente esa era la única playera que tenía. Era rosa y muy ajustada como los jeans que vestía y en conjunto era un buen uniforme de trabajo, dejaba poco a la imaginación.
— ¡No te maquilles! Tiene que confiar en ti, no pensar que le vas a levantar el novio.
Sin más, salió del baño y se encaminó a su habitación para vestirse. Esta noche Carlos pagaría su deuda a Alberto, quería quitarse de en medio a su futura nuera y él lo haría. Ocho años habían pasado desde que Eduardo segara la vida de su amada Amelia una noche que conducía ebrio y esta noche por fin obtendría lo que tantos años llevaba anhelando... venganza.
Genial, un punto de vista totalmente distinto a lo que yo había hecho. Tania pensaba que la habían atacado por otras razones (¿un ladrón?, ahora el vecino quizás regrese a terminar lo empezado, jaja), pero has descubierto el verdadero motivo con tu relato. Muy bueno, me ha gustado mucho. Saludos!!!
ResponderEliminarEspero no haber sido impertinente al retomar tu relato, o por lo menos basarme en él.Quise dar un giro de tuerca, jajaja.Gracias por comentar Li...Besitos.
Eliminarestá chulísimo, has exprimido muy bien la frase ^^
ResponderEliminarGracias Déborah. Es cortito, pero por lo menos tu frase ya tiene dos relatos, jajaja.Me encanta que te guste...Besitos.
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