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PROYECTO OCTUBRE 2012: LOS DOS MUNDOS

Un año más se celebra en el grupo la festividad de todos los santos o Halloween. Y qué mejor forma, para los componentes de Adictos, que hacerlo escribiendo. De todas las propuestas la ganadora ha sido Los dos Mundos.
El ejercicio consiste en escribir un relato basado en el concepto de esta festividad, pero debe tratar de esta noche según las creencias Celtas, los cuales profesaban la idea de que esta era una de las noches, donde el mundo de los vivos y los muertos coexistían al caer el velo que los separaba...

Bueno mi relato se basa en esas creencias Celtas e incluso esta enclavado en tierras Irlandesas. Me he tomado la licencia de fantasear , no con sus creencias, pero si con las practicas con el que el pueblo Celta veneraba a sus Dioses. La informacion sobre la que me he basado para escribir el relato, ya digo que dejando volar la imaginacion como suelo hacer, es de la siguiente pagina:




 Espero que sea de vuestro agrado.





VOLVERÉ

Eileen estaba nerviosa, el corazón le latía a un ritmo desenfrenado. Atesoraba entre sus temblorosas manos el sobre rojo que contenía la invitación para asistir a la fiesta de Halloween que su jefe celebraba en el Druids; la mejor discoteca del país por antonomasia. Un local exclusivo para disfrute y deleite de las personas más poderosas e influyentes, no solo de Irlanda, sino del Planeta Tierra.
Durante meses las indirectas e insinuaciones que lanzaba al reservado y atractivo Kenneth no habían surtido efecto, pero esta mañana al recibir la invitación pudo ver algo de luz al fondo del oscuro pozo que eran sus sentimientos.

Se miró por enésima vez en el espejo que forraba la pared exterior del edificio.


¡Sí, lo reconocía!... Disfrazarse de enfermera sexy no decía mucho a su favor, sin embargo era su último cartucho a quemar. El trajecito de marras era el recurso más trillado que te pudieses echar a la cara, pero si vestida de esta guisa Kenneth no pillaba la indirecta y se lanzaba, ella tiraría la toalla.

La chica de la tienda de disfraces le había aconsejado utilizar un ardid para dar al vestido un toque más macabro y acorde con la festividad que se celebraba. El truco, hasta ahora desconocido para Eileen, consistía en llenar un condón con un pringue rojo, que según la gótica dependienta era la mejor y más real sangre del mercado, disimularlo bajo el vestido y llegado el momento pincharlo con el alfiler que llevaba debidamente camuflado en la ridícula cofia; reventando así el látex y dejando una espectacular mancha de sangre salida de la nada y tan inesperada que dejaría a todos con la boca abierta. Y ahí estaba ella, esperando su turno para entrar, con la mano sobre su estomago y palpando el que esperaba no fuese el único preservativo que usara esta noche.


Atacada por los nervios y la anticipación no se percató que el gorila de la puerta la miraba de arriba abajo. Temió que notara lo que escondía bajo el disfraz, aunque dudaba que su barriga fuese objeto de miradas cuando sus grandes pechos rebosaban por el escote amenazando reventar los botones al mínimo suspiro.

No se equivocó.

El hombre clavó la mirada en sus pechos descaradamente. Después de comérsela con los ojos, más tiempo del necesario para su gusto, la instó a entrar poniendo la mano en la parte baja de su espalda.
En cuanto entró en el elegante recibidor, tenuemente iluminado, una chica ataviada con una túnica amarilla se hizo cargo de su abrigo; frente a ella, un chico custodiaba el único obstáculo que la separaba de vivir una noche inolvidable. Cuando el galante muchacho, también vestido con una túnica amarilla, abrió la puerta se quedó petrificada. La dependienta de la tienda de disfraces se la había jugado. Había ido precisamente allí porque era donde indicaba la invitación que tendrían los trajes para la fiesta y la muy pérfida le había asegurado que con el vergonzoso traje de enfermera causaría sensación. No estaba segura que la palabra “Sensación” fuese la más acertada, pero estaba claro que esta noche no pasaría desapercibida entre la marea de túnicas amarillas y rojas que atestaban el Druids. Dando un último estirón al minúsculo vestido Eileen cruzó la puerta en busca de su cita.
Tras unos eternos minutos de ser el blanco de todas las miradas, un musculado torso se pegó a su espalda y unas fuertes manos se posaron sobre sus hombros.






Un cálido aliento sobre su nuca, marcando a fuego su piel, la hizo estremecer.


—Sabía que vendrías… —susurró Kenneth justo antes de comenzar a besar su cuello—. Esta noche obtendré lo que tanto he ambicionado, tú me lo darás —siguió diciendo tras dejar con su lengua un reguero mojado y caliente a lo largo de su hombro.

Eileen tuvo que morder su labio inferior para evitar que un delatador suspiro escapara de su boca al oír su sensual y grave voz.

Kenneth la rodeó colocándose frente a ella; cuando se apartó, y el aire azotó su cuerpo encendido por la excitación, Eileen tembló. A escasos centímetros de su cuerpo, vestido tan solo con una sencilla túnica azul, la presencia de Kenneth era hipnótica para Eileen.
Sus ojos zarcos preñados de deseo; su nariz prominente, que contrariamente a restarle atractivo, acentuaba su aspecto varonil; su boca de labios carnosos y tentadores que anhelaba devorar.
Una vorágine de sensaciones se arremolinaba en el interior de Eileen con cada ínfimo detalle. Posiblemente estos serían usuales en más de una persona, pero únicos a sus ojos cuando se trataba de él.

Luciendo la más seductora de las sonrisas, Kenneth, extendió una mano invitándola a seguirle… Ella, lo hizo sin reservas.
Los invitados se apartaban a su paso creando un pasillo para ellos. Cuando llegaron al centro de la pista la música cesó. Tan solo el sonido de las agujas de un reloj, sonando a través de los altavoces, rompió el silencio sepulcral que se había instalado en la discoteca, fue entonces cuando la puerta, con las letras “Private” grabadas, se abrió. Salieron de ella una veintena de personas cubiertas por túnicas azules idénticas a la que vestía Kenneth, pero a diferencia de él, mantenían sus rostros ocultos bajo las capuchas. En sus manos portaban cirios blancos, los cuales colocaron, uno junto a otro, creando un círculo a su alrededor. Uno de los encapuchados comenzó a prender las velas y cuando todas estuvieron encendidas se irguió frente a Eileen y reveló su identidad. No llevaba los ojos delineados de negro, ni brillaba en su ceja el pequeño zafiro que esa misma mañana había llamado tanto su atención, pero estaba segura que la chica ante ella, vestida con la holgada túnica azul, era la dependienta de la tienda de disfraces.

— ¡Tú! —exclamó Eileen colérica, haciendo amago de abandonar el circulo de llamas que la flanqueaban. Le fue imposible.

El pánico se apoderó de Eileen, quería salir de allí y arrastrar a la chica de los pelos, pero el agarre de Kenneth se lo impidió. Sus manos se habían cerrado como grilletes en torno a sus muñecas, inmovilizándole los brazos a los costados. Con una presuntuosa sonrisa curvando sus labios, la chica quitó el alfiler oculto en su cofia y lo clavó repetidas veces contra su estómago, reventando el profiláctico. La espesura y el olor férreo del líquido que manchaba su vestido advirtió a Eileen que se trataba de sangre y no le resultó descabellada la idea, mirando a la loca frente a ella, que su procedencia fuese humana.

— ¡No me mires así! No somos asesinos, sino Druidas, pero cuando hay sangre de por medio es más rápido… ¿habrías preferido que mi amado Kenneth te hubiese clavado un cuchillo? —declaró su anfitriona, haciendo aspavientos con los brazos para enfatizar su gran acto de conmiseración.

Sintió que sus piernas flaqueaban, y estuvo a punto de caer, cuando el bastardo de Kenneth la liberó de su agarre para salir al encuentro de su maldita mujer. Justo en ese momento, el sonido del correr de las agujas del reloj murió anunciando la llegada de la medianoche. El tiempo se detuvo para ella cuando, al unísono, los encapuchados comenzaron a entonar una oración en gaélico antiguo. El velo que separa este mundo del otro, la inquebrantable barrera entre vivos y muertos, comenzó a caer.

Su respiración se volvió errática; su ritmo cardiaco se disparó; un sudor frío perló su frente y un tremendo dolor de cabeza la hizo doblarse en dos. Vio como aparecían, de la nada, varios entes incorpóreos que avanzaban hacia ella con la promesa de la muerte como esencia. Quería decirle a la perra psicótica que escogía la opción del cuchillo, pero apenas podía hacer que el aire llegara a sus pulmones, menos articular palabra. Sufrió el dolor inhumano que provocaban las fantasmagóricas manos al arrancar la carne de los huesos. Sintió como escudriñaban en sus entrañas intentando extraer algo de su interior y aun así, con los últimos rescoldos de fuerza que le quedaban, Eileen, alzó su brazo y enseñó su dedo corazón a la pareja antes de fenecer.

Por fin todo había acabo. El dolor había desaparecido y sus pulmones gozaban del preciado oxigeno que le fue negado.

—Fáilte go dtí ár talamh ár.[i]

Eileen abrió los ojos sobresaltada al escuchar de nuevo el idioma antiguo.

Poniéndose en pie, giró sobre sí misma.

Los siniestros espíritus que la habían llevado a la muerte ahora eran corpóreos. Vestidos pulcramente con túnicas blancas, custodiaban unos grandes pilares de piedra que formaban un circulo a su alrededor. Tenía que ser una broma, no era posible que hasta en el “Mas allá” tuviese que lidiar con lunáticos como el que tenía enfrente entregándole una túnica blanca para cubrir su desnudez.



—No pienso ponerme eso, ¡quiero volver!…

A pesar de la tupida barba, que ocupaba casi la totalidad del rostro del hombre, ser, ente o lo que fuese, pudo advertir como esbozaba una sonrisa.

—Volverás Mo Mhuire.[ii] El próximo Samhain…volverás.







Gaélico Irlandés
[i] Bienvenida a nuestra tierra.
[ii] Mi bella dama.


Esta noche soy libre

Os dejo mini-relato que he escrito para la pagina de Facebook "Ángeles Caídos". Como era cortito he decidido hacer una pequeña ilustración, si pincháis en la imagen con el botón derecho y abrís en ventana nueva lo podréis agrandar tanto como queráis para poder leer mejor. espero que os guste...



Dulce rendición

Os presento el relato con el que participo en el fabuloso Juego de Verano que mi querida amiga Paty C. Marín realiza en su blog Cuentos Íntimos... Espero que os guste.
(Es una segunda entrega de las andanzas de mi querido Arcángel Miguel, relato que escribí hace unos meses, LIBERACIÓN)

DULCE RENDICIÓN

Atracción, fascinación, tentación en su estado más primitivo es lo que provoca mi presencia. Incitación a lo prohibido, a la lujuria, al placer. Despierto sus deseos, anhelos disimulados bajo capas de falsas conductas. Sus pasiones reprimidas afloran como un mar de ansiedades insatisfechas. Sus cuerpos en mis manos son arcilla maleable; mío es el poder de crear criaturas ávidas por satisfacer sus apetitos. Sometidos al éxtasis, rogando por mi toque, embargándose con su libre albedrío, exentos de culpa. Espíritus puros vencidos por el delirio, extenuados por el mayor de los placeres… la rendición. Pletóricos, saciados y satisfechos. Sus pasiones latentes, en los más recónditos y a veces olvidados rincones de sus almas, son liberadas y con ellas la bestia indómita que los guía hacia su propia condenación.

Un mundo  de éxtasis y placer se ha abierto ante mí; una espiral de sentimientos que embarga mi cuerpo y satura mis sentidos. Ansío más de estas criaturas deseosas de placer, de estos seres rendidos a la emoción de sus impulsos. Las tentadoras exhalaciones de satisfacción escapando de sus labios son como una droga que corre por mis venas enviándome directo al nirvana, convirtiéndome en un adicto desesperado por disfrutar del próximo chute. Quiero más. Nunca tendré bastante de esa abierta lujuria que evidencian sus pupilas dilatadas, de sus cuerpos trémolos y anhelantes, de la libertad de sus espíritus cuando son arrollados por el exquisito orgasmo. Soy un alma sedienta rodeada por un océano de cuerpos ensortijados los cuales me brindan la ocasión de saciar mi sed. Un espíritu hambriento ansioso por devorar los placeres de la carne, esos que ellos gozan y a mi ofrecen.

Tan solo deseo encontrar el sosiego en esta nueva vida, que aunque corta, pues pronto vendrán a mi encuentro, ambiciono disfrutar sin mesura. Eso es lo que busco en este lugar que debería ser de culto. Un templo en el que la esencia elemental del ser humano flota en el ambiente trayendo consigo el delicioso aroma de la unión de los cuerpos. Donde las respiraciones aceleradas, acompasadas, sincrónicas, son la bencina que pone en marcha mi apático ser. Donde látigos y cadenas  no dañan ni esclavizan, sino liberan y excitan. Su desinhibición sexual calienta el gélido corazón del que he sido dotado, bombeando este el líquido vital a través de mi cuerpo, congregándose en un órgano que se alza con ímpetu recordándome lo que ahora soy, un caído.

Recorro el pasillo en penumbras que me guía a mi ansiado destino, impetuoso y desafiante como lo hiciese en el pasado por los caminos del  averno, aun sabiendo que será mi perdición. Varias puertas son las que flanquean mi paso. Encierran tras ellas fantasías, fetiches,  perversiones y vicios inconfesables que aquí se hacen realidad, pero solo una de ellas guarda tras de sí el mejor de los regalos. Solo una confina entre sus paredes de piedra la pureza que mi alma envilecida necesita subyugar hasta la extenuación.
Mi andar cada vez se vuelve más apremiante. El roce del pantalón sobre mi talle erecto envía ráfagas de placer por todo mi cuerpo, erizando mi piel, haciendo que mis piernas comiencen a flaquear. Me dejo arrollar por la anticipación, doy la bienvenida a la dicha divina de sentir; cedo al deseo como lo hace la manilla bajo mi mano.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al cruzar el umbral de la puerta. Él está aquí, siento su presencia. Frente a mí. Al amparo de las sombras que otorga el foco de luz cenital que pende en el centro de la estancia, el cual solo ilumina una gran cama de impolutas sábanas blancas sumiendo el resto de la mazmorra en la oscuridad.
Por unos segundos me dejo embargar por la paz y serenidad que mi querido hermano infunde en mí, tentándome con su silencio al arrepentimiento; silencio que es roto por la casi imperceptible plegaria eufónica que escapa de los labios de la bella joven encadenada a mi diestra. Su mera presencia aviva mi necesidad y un estado de euforia me arrolla sin poder evitarlo.

No quiero evitarlo.


La premura por gozar del tacto de la delicada piel de Sara bajo mis manos hace que urja en mí la necesidad de acortar la distancia que me separa de tan bello ángel. Un torbellino de emociones recorre mi interior cuando, por fin, me dejo arrastrar por mis instintos y mis manos encuentran la dicha de su piel.
Sincera felicidad siento al tocar sus pechos turgentes. Suprema satisfacción al hacer que sus suaves pezones rosados se endurezcan renaciendo como encarnados guijarros bajo las yemas de mis dedos. Cruda necesidad por devorarlos como hizo Adán con la fruta prohibida del Edén. Arrogancia y superioridad al arrancar de sus carnosos labios un gemido de placer cuando mi boca se amamanta de su brote enhiesto, reverberando éste en la diáfana estancia, penetrando en mí, poseyendo cada ínfimo rincón púdico que mi alma aun pudiese albergar y el cual a partir de ahora llevará la mácula del pecado. Deleitándome y regodeándome como el más vil de los seres con la provocación que suscita mi lengua entre sus pechos, en su cuello, creando un mojado y ardiente camino hasta sus carnosos labios.

Ahora sé porque se nos ha vetado esta dicha a lo largo de los siglos, nunca sentí tal dominio en mi vacía existencia. Ni al blandir la espada en Su nombre, ni al impartir la tan sobrevalorada justicia divina, me he sentido tan poderoso como al obtener la gloriosa rendición de uno de Sus hijos.
Me despojo de las ropas que encierran el animal indómito en el que me trasforma el deseo. Mi cuerpo de palidez marmórea, músculos cincelados y espíritu aterido es engullido por el fuego de la pasión. Consumido por miles de llamas que a su paso convierten lo que un día fue honestidad y castidad en amargas cenizas. Solo hay un propósito para mi, dominar, someter, poseer.

Me abalanzo sobre ella como un animal famélico sobre su moribunda presa y enmarcando su rostro con ambas manos devoro su boca como sí me fuese la vida en ello, sin delicadeza, sin compasión. Mi lengua penetra en su boca con la misma ferocidad que mi pene, duro como alabastro, desea hacerlo en su sexo. Nuestras lenguas se enroscan en un baile salvaje, se avasallan y a la vez se dan tregua, saboreando  al unísono el deseo que nos ciega, silenciando los gemidos con nuestro beso, bebiendo ambos de la dulce pasión que sentimos. Mis manos vagan por el contorno de su cuerpo en busca del tan ansiado lugar en el que mi polla suplicante desea morar. Acaricio sus pechos, su estrecha cintura, sus redondeadas caderas y su firme vientre hasta que se pierden entre sus piernas, encontrando el tan ansiado tesoro bañado por las mieles de su deseo. Mis dedos se impregnan de su esencia, resbalan por sus pliegues en una lenta caricia que a ella le hacen gemir y a mí perder la cordura. Clavando los dedos en el interior de sus muslos la obligo a separar sus piernas y presiono mi duro, anhelante y dolorido pene contra su sexo mojado. La fricción de piel contra piel, carne contra carne es sublime. Mi respiración se acelera, mi pulso se desboca y sus sollozos de placer son un canto celestial, comparable al escuchado tiempo atrás en los cielos, cuando mi glande tienta su entrada.

El rostro de Sara, mezcla de incredulidad y admiración, me desvela la cercanía de mi hermano incluso antes de sentir su cuerpo tras de mí. Antes de notar su cálido aliento lamer mi piel, erizando cada vello de mi cuerpo y haciéndome estremecer.

—No lo hagas Miguel. No condenes su alma pura ni mancilles su virtuoso cuerpo. Ella es uno de los bendecidos, un Elegido.

Sentimientos encontrados danzan en mi interior: alegría de que mí amado Rafael haya sido enviado y no un ángel ejecutor y a la vez pena, pues será a él a quien tenga que dar muerte sino sucumbe a la tentación, al divino éxtasis.
Una protesta escapa de los labios de la dulce criatura encadenada cuando la privo del placer de mis caricias y, con una delicadeza hasta ahora nueva para ambos, la libero de sus ataduras para posicionarme tras de ella sosteniéndola contra mi anhelante cuerpo. Enredo mi mano en su cabello y tiro de él hasta dejar su cuello expuesto a mis labios mientras pródigo tortuosas caricias a su sensibilizado y duro pezón.

—Mírala mi amado Rafael. Mira a esta inocente criatura que ha sido señalada por Su dedo. Negándole con ello el derecho a la vida que Él mismo le otorgó, despojándola de su libre elección, esa en la que tanto Él se ampara. Siente su deseo como yo lo siento, su necesidad de entregarse a mis caricias.

Una exhalación de placer nos es regalada cuando mi mano se posa en su sexo y presiono su clítoris inflamado.

—Que no debo hacer según tú, ¿Librarla de un destino como fue el mío y sigue siendo el tuyo?
La dulce Sara en mis brazos se rinde al éxtasis cuando mis dedos penetran en su sexo y comienzan una danza primitiva que es acompañada por el movimiento de su cuerpo.

Sus pequeñas manos buscan frente a sí el afianzamiento que la mantenga en pie, encontrándolo en los anchos hombros de mi amado Rafael. Ante su desesperado toque la inmaculada piel de mi hermano se perla de sudor, su alma se resiste, pero su cuerpo sucumbe y su falo, hasta ahora inerte, se endurece y alza en toda su grandeza equiparándose en magnificencia a sus blancas alas. Los delicados y suaves sollozos flotan en el ambiente como una melodía divina que nos transporta a los tres al paraíso de los sentidos. Somos envueltos por nuestras respiraciones arrítmicas y aceleradas, arrollados por el aroma embriagador de la liberación de la hembra entre nosotros.

Como un muñeco al que le han sido cortadas las cuerdas, el cuerpo laxo de Sara, descansa contra mi torso, la alzo y la traslado a la cama. Con paso firme acorto la distancia que me separa de mi hermoso Rafael, manteniéndonos la mirada, azul contra negro, claridad contra oscuridad. Su rostro de rasgos cincelados acelera mi corazón, temo que este deje de funcionar. Su cabello negro como el ala del cuervo cae sobre sus anchos hombros resaltando sobre su nívea piel. La necesidad de tocarlo obnubila mi raciocinio y sin apenas pensarlo trazo con mis dedos un camino sinuoso a lo largo de su torso, lento y suave hasta su pelvis, delicado y sutil sobre pene. Bella inocencia es su rostro de grandes ojos cerrados y tentadores labios entreabiertos. Sincera dádiva su cuerpo desnudo y puro, timorato por el deseo, ávido de mis caricias.

Lo marco con mi calor. Lo mantengo contra mí, mis manos son grilletes en sus caderas. Aferro su apretado y firme trasero clavando mis dedos en su carne, levantándolo, apretándolo contra mi cuerpo mientras mis caderas se mueven, trabajando mi erección con un suave movimiento deslizante entre sus muslos, pero no es suficiente.

Necesito más.

Sus alas blancas se extienden en todo su esplendor y, como una parte más de él, sus plumas se unen a tan deliciosa experiencia. Desde mi nuca, por la espalda, acarician, trazan ligeras y cálidas caricias que hacen que mis uñas muerdan la carne de su delicioso culo.

—Sí, Rafael —gruño en su oído al sentir sobre mi abdomen el líquido preseminal que fluye de su anhelante glande.

 Poso mis labios sobre los suyo invitándole sin palabras a unirse a mi cruzada, tragando su gemido cuando nuestras lenguas se encuentran. Lo llevo conmigo hasta los pies de la cama y me subo a ella, instándolo a que me siga; y él lo hace.

Tumbada sobre la cama y abierta de piernas, dejando expuesto su sexo rasurado para deleite mío y de Rafael, nuestra sensual prisionera coge mi mano para posarla sobre su sexo. Su coño se siente como un volcán, listo para entrar en erupción, sus jugos deslizándose entre  los sensibles labios, preparándola para una invasión que está decidida a aceptar.

Las alas de Rafael la tocan, subiendo por sus piernas mientras sus músculos se contraen por el contacto y el placer sensual que otorgan las suaves plumas. Sonríe y avanza lentamente hacia ella sosteniéndose en manos y rodillas. Su clara mirada se clava en la mía como un puñal de deseo y lujuria, lapidando cualquier rastro de conmiseración que pudiese quedar en mi interior. Como la serpiente del edén, repto por la cama de forma sibilina hasta posar mis lascivos labios junto a su oído, tentando a mi cándido congénere con mi susurrada voz, ronca por el deseo y la necesidad.

—Libérala de su angelical destino. Alimenta tu alma con la pasión que te ofrece su virginal cuerpo como lo hará la mía.

Su miembro palpita en mi mano izquierda mientras le prodigo caricias. Desde la base hasta el glande, recogiendo la humedad con el pulgar y extendiéndola a lo largo de su polla, dura como el mármol, suave como algodón. Mi mano derecha acaricia el resbaladizo y empapado coño de la criatura ante nosotros, empapándose mis dedos con su espesa crema cuando los introduzco en su cálido pasaje, rozando ese pedazo de cielo en su interior que hace que su cuerpo tremole, ofreciéndome el mejor de los regalos, su aceptación. Poso mis labios sobre los suyos, acariciándola con mi lengua hasta penetrar en su dulce boca, entregándole un pedacito de mi alma en este exquisito beso.
La recompensa por lo que acabo de ofrecerle no tarda en llegar. Su útero sufre espasmos alrededor de mis dedos e inmediatamente los retiro y los llevo a mi boca, deleitándome con su aroma almizcleño y su sabor exquisito, inédito hasta ahora para mí y al cual sé que me volveré adicto. Obtengo una lastimosa queja por su parte al privarla de su liberación, pero pronto es reemplazada por un suspiro de placer cuando guío la erección de Rafael hasta su entrada y siente la punta roma de su glande presionar.
  
Ante mis ojos, el pétreo e ingente pene de Rafael, se pierde en el interior de su estrecha vagina, desapareciendo unos segundos para volver a aparecer. La erótica imagen de su talle impregnado por la deliciosa melaza hace que desee capturarlo entre mis labios y limpiar tan placentero manjar con la lengua. Darle placer a mi bello Rafael, hacer que se corra en mi boca y tragar la esencia de su liberación. Es un capricho que luego, cuando hayamos salvado la vida de la joven Sara, me concederé.
Rafael vuelve a hacer frente a su ardua tarea, su piel esta perlada por el sudor, su pelo se pega a su rostro y sus ojos destellan la salvaje necesidad de poseerla y que reprime para no dañar a la hembra. Se contiene, sus músculos tensados y su mandíbula apretada evidencian su tortura y aún así, sujetando sus caderas, embiste una vez más; despacio con férrea voluntad.

Por mi parte yo no reprimo mis instintos y aferrando mi dolorido pene comienzo a masturbarme ante la mirada cargada de gula de nuestra amante. Una sonrisa se dibuja en su ovalada cara y no necesito más invitación para pasar mi brazo bajo su cabeza y acomodarla para que albergue mi gruesa verga en su cálida boca. Sus suaves y rosados labios envuelven mi glande, resbalando por mi erección, raspando con sus dientes, humedeciendo con su áspera lengua. Una dulce y tortuosa caricia hasta hacer que mi miembro desaparezca casi por completo en su húmeda y cálida boca en el mismo instante que Rafael comienza a enterrarse en su cuerpo.
Conteniendo el aliento, nuestra dulce Sara, separa todavía más las piernas para aceptarlo por completo. Rodeándola con los brazos, y clavándole los dedos en las nalgas, Rafael la alza y establece un ritmo implacable, lento y profundo. Con cada envite se fricciona contra ese sensible lugar en su interior. Cada vez que la llena sus labios se cierran sobre mi polla ejerciendo una presión que me lleva cada vez más cerca a mi propia liberación, haciendo que folle su boca salvajemente.
El sonido errático de la respiración de Rafael, la forma en que ahora empuja, con más fuerza, más rapidez, constata que él también está cerca. Impregno mis dedos con saliva y acaricio su clítoris, enervando las terminaciones nerviosas de su rígido brote, haciendo que sus músculos se tensen y que los desbocados latidos de su corazón se aúnan a la demandante excitación que corre por sus venas.

—Ángel, córrete con nosotros.

Por un segundo la tierra deja de girar y el mundo deja de existir cuando su mirada reverbera la sumisión de su cuerpo. Somos tres seres sincronizados en una danza carnal. Alma y cuerpo se fusionan creando un estado de conciencia donde sólo hay cabida para el placer, llevándome de nuevo a ese lugar donde mis ataduras se rompieron y fui libre.

Alzando el rostro y conectando las miradas, Rafael y yo, rugimos como animales la llegada de nuestra liberación. Con un largo gruñido, y sin aflojar la fuerza con que la abraza, Rafael eyacula llenando a Sara con su semilla. Yo me derramo en lo más profundo de su garganta, ahogando su alarido de éxtasis y abandono con mi pene. Seguimos embistiendo hasta que los gritos y gruñidos dan paso a los gemidos y jadeos, hasta que nuestros movimientos se vuelven un lento vaivén. Liberándola de ambos miembros ya saciados nuestros cuerpos quedan completamente laxos tendidos junto a ella. Poco a poco, nuestras respiraciones se vuelven acompasadas, los latidos del corazón se ralentizan, trayendo la bienaventurada calma a nuestras almas.

Siento sobre mis labios una tierna caricia de dedos trémulos, los cuales reconozco antes de abrir los ojos. Beso sus dedos, la palma de su mano y mirándole a los ojos le trasmito el respeto y el amor que le profeso. Unas alas negras se alzan ahora en su espalda, alas que unidas a las mías nos envuelven en un manto de oscura y dulce rendición.



Hoy hemos conseguido salvar a una inocente criatura de una muerte temprana. Su alma pura, su cuerpo virginal ya no será reclamado para pertenecer a su corte de ángeles. Ya no estoy solo en la tierra, mi amado ángel caído Rafael será mi compañero. Serán muchos los que vengan a por nosotros, pero juntos libraremos la batalla, hasta entonces solo queda abrazar este paraíso de placer que nos ha sido brindado.

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