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PROYECTO JUNIO 2012: JUNTOS Y REVUELTOS

Bueno, otro mes mas vengo con un nuevo relato para el proyecto mensual. Esta vez se ha tratado de que todos los integrantes del grupo, que quisieran participar claro está, propusieran dos personajes y estos fuesen mezclados al azar y designados para que con ellos se realizara un relato. A mi me toca basar mi historia en un DUENDE y un PROFESOR DE LITERATURA, y os he de confesar que al principio se me hizo cuesta arriba, pues no encontraba inspiración para hacerlos interactuar, que en el fondo es de lo que se trataba en este proyecto, pero al final comencé a escribir y me salio este relato, que a fin de cuentas a terminado por gustarme, jajaja. Espero que a vosotr@s también...Besisss.
NOTA: Os dejo link sobre el nombre del actor, antecede al (*), que utilizo como referencia en el texto para que os hagáis una idea de su aspecto...(¡¡Dios... yo quiero un duende en mi vida!!,jajaja)



¿Que pensabais?...¡Soy un Duende!


Hacía mucho que había dejado de hacerse visible ante él, pero Odiel se había negado a abandonar su jardín. La semilla que sembró William con sus pequeñas manos, cuando apenas tenía cinco años, con el paso del tiempo creció y se convirtió en una planta trepadora que flanqueaba la fachada Este de su casa, la cual era su hogar. Con el tiempo llegó a erguirse hasta la única ventana, la de William, como una majestuosa edificación natural, siendo ésta un asiento en primera fila ante el pasar de su vida. Fue testigo de cómo evolucionó: de compañero de aventuras a guapo adolescente que poco a poco fue olvidándolo y que con el paso de los años se había transformado en el atractivo hombre que era.
Recordaba esa época cuando juntos devoraban libros buscando en ellos la existencia de sus congéneres. Primero fueron las historias de hadas y duendes, luego, conforme fue creciendo William, su mente inquieta  lo  condujo hasta las obras de Shakespeare e incluso, pese a su escepticismo, también abrió su mente a las leyendas sobre San Patricio.
La rabia se apoderaba de Odiel por momentos. Él, en su afán por demostrar que su especie no era creación de las mentes de soñadores escritores, había inculcado al pequeño William su amor por los libros, lo que lo había llevado a convertirse en profesor de literatura, y ahora se lo agradecía destruyendo su mundo.
William estaba a punto de cumplir los treinta y cuatro y a tan solo una semana de su inminente boda con la arpía de Claudina. Ésta había decidido deshacerse del jardín, tan molesto para ella, y revestir de losas decorativas la totalidad del terreno para crear un espacio de relajación donde las telas blancas y una gran fuente reinarían en el que había sido su hogar durante cien años; y cómo no, William, había accedido a los deseos de su amada sin ni siquiera reparar en lo que eso supondría para él.
Odiel atusó su pelo corto y tiró de sus pantalones para que éstos quedaran encajados en sus finas caderas. Se volvió a mirar en el espejo de la entrada y en un arrebato picaresco se quitó la camiseta y dejó su torso bien formado desnudo. Sabía que William no sería inmune a su belleza, pero de este modo, además, no podría evitar que su mirada se perdiera en sus definidos músculos oblicuos que, como un cartel luminoso en mitad de una oscura carretera, guiarían sus ojos hasta la zona prohibida.
Odiaba recurrir a estas artimañas, aunque tampoco era la primera vez que utilizaba su magia con William, pero ahora haría las cosas bien, no cometería el mismo error… ¿Quién mejor que él mismo para llevar a cabo su plan? El no fallaría… pensó satisfecho.
Acortó los pocos pasos que le quedaban hasta llegar al sofá donde su querido amigo dormía plácidamente y observándole recordó el día que por primera vez se valió de su magia para echar una mano a William. Habían pasado quince años, aunque para él era como si hubiese sido ayer, ¿Qué eran quince años en la vida de un ser que vivía quinientos?... Nada, un suspiro… se contestó a sí mismo mientras intentaba acallar los remordimientos de su conciencia.
Tenía diecinueve años y estaba en su primer año de universidad y a pesar de ser guapo, sin tener que esforzarse para atraer la atención tanto de chicas como de chicos, las experiencias sexuales de William se limitaban a dos: masturbarse con la mano derecha y con la izquierda, cosa que Odiel disfrutaba viendo, pero que hubiese terminado por derretirle el cerebro, por no decir su miembro; en cien años no le había prodigado tantas atenciones como en los años de adolescencia de William.
Tras pensarlo mucho creyó oportuno que el chico fuese desvirgado por la que hasta ahora había sido una de sus mayores fantasías. Un día en el que William se encontraba solo en casa preparó todo para que la bella Sra. Robinson sintiera unas ganas irrefrenables por asaltar el hogar de los Anderson en busca del deseado cuerpo de su joven hijo pero, como sucediera a lo largo de la historia, al cabo de una semana la cosa se tornó obsesiva y con pena, porque ver a la exuberante Sra. Robinson montar al joven William le había hecho tener los mejores orgasmos de su extensa vida, tuvo que reconducir las aguas a su cauce para decepción de su amigo. A partir de aquí fue el propio William quien se las apañó para saciar sus necesidades, solo en contadas ocasiones se valió de la magia para hacer que alguna chica le prestara gustosamente sus servicios.
No obstante su ego le jugó una mala pasada. Él tenía más de cien años y su sabiduría de la vida era superior a la de cualquier mortal. En un intento por demostrar su supremacía, mientras Claudina, su última conquista, y William dormían plácidamente, extendió su magia sobre ellos. Desde ese momento sus vidas quedaron anudadas por un filamento irrompible que únicamente la magia podría sesgar; y era precisamente lo que pensaba hacer ahora, arreglar la cagada que cometió cinco años atrás.
Odiel había cambiado su aspecto, dudaba que lo recordara, pero no obstante tampoco correría el riesgo y optó por tomar prestada la cara de JonathanRhys-Meyer.(*) Cerrando los ojos evocó en su mente las palabras que harían que el corazón y la razón de William quedaran atados a él.
Poco a poco este abrió los ojos y cuando sus miradas se cruzaron pudo ver en sus verdes iris refulgir el deseo y la necesidad, pero también pudo ver algo que no esperaba hallar, su mirada reflejaba la devoción, el anhelo e incluso el amor.
Un suspiro escapó de sus labios cuando el entendimiento arrolló su mente como un torbellino. Esa mirada, la misma que sus inocentes ojos revelaban cuando apenas era un adolescente y sus temblorosas manos llenaban de atenciones su miembro ávido de caricias era la que ahora regalaba a su persona; su querido William no lo había olvidado, al contrario, no solo lo tuvo en su memoria, sino también en su corazón.
Tendiendo su mano hacia él, expresó sin palabras que los sentimientos eran mutuos y que había llegado el momento de disfrutar del amor que ambos se profesaban. La delicada mano de su querido profesor de literatura no se hizo esperar, apresando la suya con fuerza —qué iluso si pensaba que se desharía de él tan fácilmente— sonriéndole, haciendo que su corazón se desbocara henchido de gozo.
A partir de hoy esa habitación, que había servido de gran lienzo en blanco, donde día a día William fue dando pinceladas inconscientemente a lo largo de los años: con sus frustraciones, sus alegrías, sus penas y sus propias caricias, hasta convertirla en su particular obra de arte, solo dedicada a él, dejaría de ser un escenario inalcanzable para Odiel, ya no sería más un mero espectador; a partir de hoy sería uno de los protagonistas en la obra teatral que juntos escenificarían.
El sonido al abrirse esa puerta. El aroma inconfundible de su piel. El tacto de sus suaves y delicados dedos, tímidos e indecisos, al borde de la cinturilla de su pantalón. Sus carnosos y lascivos labios sobre su cuello. El roce de su húmeda lengua surcando su ardiente piel. Su respiración acelerada regalándole el cálido hálito de su boca sobre su cuello expuesto. Todo le hacía sumirse en el más exquisito de los placeres, ansiando el abrazo de la culminación enterrado en lo más profundo de su fascinante William. Su cuerpo estaba sucumbiendo al deseo y su mente... su mente lucubrando el modo de hacer que esto fuese eterno.
No revocaría la magia, posiblemente con William no era necesaria, pero no estaba dispuesto a correr ese riesgo, nunca lo dejaría marchar. Buscaría a otro duende con el Don de otorgar la longevidad y lo ataría a él por toda su existencia, estarían eternamente juntos.
No pediría su permiso ni se arrepentiría nunca de ello. Era un duende y como bien era sabido su naturaleza era egoísta, seres entrometidos, bromistas e incluso maliciosos... Nada de pedir disculpas al final de la obra. Al fin y al cabo ni esto es "El Sueño de una noche de Verano" ni yo soy Puck... pensó maliciosamente. 

Mi eterna condena

La rabia bulle en mi interior envenenando cada parte de mi ser; esa rabia que sería normal sentir si no fuese porque, en mí, nace de un sentimiento equivocado, ponzoñoso.
Lo supe en cuanto los vi. Los dos allí sentados, acaramelados, seguros de estar afianzando sus sentimientos, probando por primera vez las mieles de la provocación, degustando el dulce sabor de lo censurable.
Ella, nerviosa por esa mano que se deslizaba por su muslo de piel satinada; él, excitado por ponerla caliente y hacerla sonrojarse sin ella poder evitarlo.
La cara de ella mostraba las ganas irrefrenables de apartar esa mano y acabar con todo; la de él, dejaba bien claro que se había puesto duro pensando lo que haría más tarde en la clandestinidad de algún lugar solitario.
Y frente a ellos, en mi propio cuerpo una parte de este, ausente y extrañada durante mucho tiempo, cobra vida; y no se debe a que, desde mi posición, unos labios perfectamente rasurados asoman por las bragas ladeadas de ella. Tampoco por el movimiento de su hombro que delata la posición de su mano bajo la manta y el trabajo que esta hace sobre la erección del chico. No, se debe a esa mirada que ella le profesa. Mirada de deseo, libidinosa, mirada que mi depravada alma ansia ver en sus ojos cuando me mirara a mí.
Con un simple “Buenas noches” me despido y encamino hacia mi despacho a auto flagelarme por ser un pervertido; es lo que llevo haciendo este último mes, morirme por dentro por ese sentimiento prohibido que se niega a abandonarme.
Una vez recluido en la abadía de mi decadencia, bajando la cremallera dejo que mi enhiesto pene encuentre la libertad. Es tanto el tiempo de no sentir el cálido y suave tacto de mi polla dura en las manos, que al envolver fuertemente los dedos, esta llora dejando una única lagrima perlada.
Cierro los ojos y busco en mi memoria esa imagen de ella que me servirá para masturbarme. Son esos momentos robados, cuando ella no se percata que la miro, los que se quedan grabados en mi retina. Ya no es mi mano la que se desliza lentamente por mi miembro, sino la de ella, delicada, suave. No es mi pulgar el que frota mi glande sensible, es su lengua rosada quien recoge el sollozo de mi falo y lo extiende. Mi mente ha sucumbido y es la boca de ella la que ejerce presión llevándome a alcanzar un placer inigualable como jamás he sentido. Su sátira mirada dirigida a mí, impúdica y obscena, el desencadenante de sentir en mi mano la ardiente y espesa liberación de mis anhelos.
Abro mis ojos y las lágrimas escapan de ellos cuando veo en la pantalla del portátil la imagen, que noche tras noche, me ancla a la realidad. Yo soy ese hombre sostenido por el ángel de la depravación: sus garras el yugo de mi ser corrompido, su beso la condenación de mi alma y mi eterno sufrimiento la pena que he de pagar.
En la penumbra que la noche otorga, mi alma, como rama quebrada se halla. La soledad y desaliento me envuelven. Un manto de dolor pesa sobre mi corazón. El sentimiento que mi ser alberga bulle en mi interior envenenando cuanto toca a su paso. Me engulle tu recuerdo, nubla mi razón, creyendo por momentos que no sobreviviré a esta perversión; pero las sombras de la noche se irán, desaparecerán. La luz del alba cordura consigo traerá y será entonces cuando mi corazón corrompido, cual ave fénix, resurgirá de sus propias cenizas y blandirá su amor por ti; el honesto, el único a sentir… el paternal.

EL MONSTRUO DE LA DEPRAVACIÓN


Ya no oigo lo gritos espeluznantes, hasta ahora tan bien avenidos en esta pesadilla, los cuales al escapar de mi garganta me anclaban a la realidad. No siento el miedo que había corroído mis entrañas días, horas o posiblemente minutos atrás. Solo el aroma putrefacto, de mi extremidad amputada, llega a mis fosas nasales mezclada con el hedor a heces y orín imposibles de retener en mi cuerpo torturado.
Ahora esa parte de mi cuerpo que he mostrado con orgullo, vistiendo vestidos cortos y luciendo el tatuaje con mi nombre en letras élficas, eterno recordatorio de los tiempos en que llegué a creer en seres mágicos, se pudre en un rincón impidiendo cualquier atisbo de ser identificada.
Pensándolo bien estoy segura que  no han sido minutos ni horas las que, encerrada en este lugar inmundo, he sufrido la agonía del dolor. Muchos días, probablemente meses, son necesarios para que la carne humana se descomponga y emane ese olor característico al que mi cuerpo ya se niega a sucumbir; por lo menos eso creo recordar de mis ya tan lejanas prácticas forenses.
Mis manos carecen de uñas, mi cuero cabelludo se desprende de mi cráneo como lo hace la piel de un plátano al ser pelado y mi carne está surcada por pequeñas y expertas laceraciones que recrean un cuadro abstracto y bello a los ojos de su artista, el cual con afán decora mi piel con pinceladas de sadismo.
Mi cuerpo ya no me pertenece, aunque realmente no lo hace desde el mismo instante en el que la oscuridad se apoderó de mí; una vez despierta mi mente fue mi única posesión,  un ínfimo bien que ahora me hace abrazar el deleite del dolor.
Unas suaves caricias hacen que un escalofrío recorra mi cuerpo, momentos antes de sentir como es eviscerado, y un enorme frío se apodera de mi cuando las tripas son despojadas de mi vientre, creando una exhalación que escapa de mis labios; un magnifico resuello que asevera que lo que siento solo es comparado al placer y éxtasis del orgasmo, transportando mi mente a un lugar maravilloso.
Una sonrisa aparece en mi rostro, para ser borrada por un puño que hurta mis sentidos como un ladrón arrogante; ya no mas olores ni sonidos, no mas sentir o ver, apenas el sabor de la sangre es procesado en mi perturbada mente y pese a ello, como escrito con luces de neón,  la verdad me arrolla; a él lo tortura.
Ahora me mira como una igual, sabe que su dolor me excita. Soy el faro que ilumina las penumbras de su decadencia, le he devuelto la vida, esa que hace tanto perdió en su mundo de virtud y rectitud.
No puedo oír sus jadeos junto a mi oído, ni aprecio su aliento de olor a menta cerca de mi piel. Tampoco  siento mi sexo cuando es llenado, no obstante, sé que lo que lo profana ya no es un objeto metálico, ahora es su pequeña, infecta y muerta polla la que rendida ante la grandeza de su hallazgo también se une a la perversa escena.
Mis labios no pueden alzarse, ni mi torso demostrar la dicha que invade mi conciencia, sin embargo la carcajada de mi alma resuena en mi interior, lo he visto en sus ojos, el conocimiento de que el miedo también reside en él.



Desde pequeños albergamos en nuestro interior el temor, ese que se representa en forma de monstruo con aspecto siniestro que acecha en la oscuridad, siempre atento para atraparnos.
Luego crecemos y esos miedos desaparecen, son suplantados por el temor al dolor, el cual soportamos con la cabeza alta; pero siempre queda un vacio que intentamos suplir por voluntad propia con malas imitaciones en un vano e irrisorio intento de pensar que tenemos el poder de controlarlo.
Sin embargo nunca nos paramos a pensar que esos monstruos bajo la cama nunca desparecen, tan solo salen de tu cuarto y toman forma humana para vivir en el apartamento al lado o peor aun… en tu interior.

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