NOTA: Os dejo link sobre el nombre del actor, antecede al (*), que utilizo como referencia en el texto para que os hagáis una idea de su aspecto...(¡¡Dios... yo quiero un duende en mi vida!!,jajaja)
¿Que pensabais?...¡Soy un Duende!
Hacía mucho que había dejado de
hacerse visible ante él, pero Odiel se había negado a abandonar su jardín. La
semilla que sembró William con sus pequeñas manos, cuando apenas tenía cinco
años, con el paso del tiempo creció y se convirtió en una planta trepadora que
flanqueaba la fachada Este de su casa, la cual era su hogar. Con el tiempo
llegó a erguirse hasta la única ventana, la de William, como una majestuosa
edificación natural, siendo ésta un asiento en primera fila ante el pasar de su
vida. Fue testigo de cómo evolucionó: de compañero de aventuras a guapo
adolescente que poco a poco fue olvidándolo y que con el paso de los años se
había transformado en el atractivo hombre que era.
Recordaba esa época cuando juntos
devoraban libros buscando en ellos la existencia de sus congéneres. Primero
fueron las historias de hadas y duendes, luego, conforme fue creciendo William,
su mente inquieta lo condujo hasta las obras de Shakespeare e
incluso, pese a su escepticismo, también abrió su mente a las
leyendas sobre San Patricio.
La rabia se apoderaba de Odiel por
momentos. Él, en su afán por demostrar que su especie no era creación de las
mentes de soñadores escritores, había inculcado al pequeño William su amor por
los libros, lo que lo había llevado a convertirse en profesor de literatura, y
ahora se lo agradecía destruyendo su mundo.
William estaba a punto de cumplir
los treinta y cuatro y a tan solo una semana de su inminente boda con la arpía
de Claudina. Ésta había decidido deshacerse del jardín, tan molesto para ella,
y revestir de losas decorativas la totalidad del terreno para crear un espacio
de relajación donde las telas blancas y una gran fuente reinarían en el que
había sido su hogar durante cien años; y cómo no, William, había accedido a los
deseos de su amada sin ni siquiera reparar en lo que eso supondría para él.
Odiel atusó su pelo corto y tiró de
sus pantalones para que éstos quedaran encajados en sus finas caderas. Se
volvió a mirar en el espejo de la entrada y en un arrebato picaresco se quitó
la camiseta y dejó su torso bien formado desnudo. Sabía que William no sería
inmune a su belleza, pero de este modo, además, no podría evitar que su mirada
se perdiera en sus definidos músculos oblicuos que, como un cartel luminoso en
mitad de una oscura carretera, guiarían sus ojos hasta la zona prohibida.
Odiaba recurrir a estas artimañas,
aunque tampoco era la primera vez que utilizaba su magia con William, pero
ahora haría las cosas bien, no cometería el mismo error… ¿Quién mejor que él mismo para
llevar a cabo su plan? El no fallaría… pensó satisfecho.
Acortó los pocos pasos que le
quedaban hasta llegar al sofá donde su querido amigo dormía plácidamente y
observándole recordó el día que por primera vez se valió de su magia para echar
una mano a William. Habían pasado quince años, aunque para él era como si
hubiese sido ayer, ¿Qué eran quince años en la vida de un ser que vivía
quinientos?... Nada, un
suspiro… se contestó a sí mismo mientras intentaba acallar los
remordimientos de su conciencia.
Tenía diecinueve años y estaba en
su primer año de universidad y a pesar de ser guapo, sin tener que esforzarse
para atraer la atención tanto de chicas como de chicos, las experiencias
sexuales de William se limitaban a dos: masturbarse con la mano derecha y con
la izquierda, cosa que Odiel disfrutaba viendo, pero que hubiese terminado por
derretirle el cerebro, por no decir su miembro; en cien años no le había
prodigado tantas atenciones como en los años de adolescencia de William.
Tras pensarlo mucho creyó oportuno
que el chico fuese desvirgado por la que hasta ahora había sido una de sus
mayores fantasías. Un día en el que William se encontraba solo en casa preparó
todo para que la bella Sra. Robinson sintiera unas ganas irrefrenables por
asaltar el hogar de los Anderson en busca del deseado cuerpo de su joven hijo
pero, como sucediera a lo largo de la historia, al cabo de una semana la cosa
se tornó obsesiva y con pena, porque ver a la exuberante Sra. Robinson montar
al joven William le había hecho tener los mejores orgasmos de su extensa vida,
tuvo que reconducir las aguas a su cauce para decepción de su amigo. A partir
de aquí fue el propio William quien se las apañó para saciar sus necesidades,
solo en contadas ocasiones se valió de la magia para hacer que alguna chica le
prestara gustosamente sus servicios.
No obstante su ego le jugó una mala
pasada. Él tenía más de cien años y su sabiduría de la vida era superior a la
de cualquier mortal. En un intento por demostrar su supremacía, mientras
Claudina, su última conquista, y William dormían plácidamente, extendió su
magia sobre ellos. Desde ese momento sus vidas quedaron anudadas por un filamento
irrompible que únicamente la magia podría sesgar; y era precisamente lo que
pensaba hacer ahora, arreglar la cagada que cometió cinco años atrás.
Odiel había cambiado su aspecto,
dudaba que lo recordara, pero no obstante tampoco correría el riesgo y optó por
tomar prestada la cara de JonathanRhys-Meyer.(*) Cerrando los ojos evocó en su mente
las palabras que harían que el corazón y la razón de William quedaran atados a
él.
Poco a poco este abrió los ojos y
cuando sus miradas se cruzaron pudo ver en sus verdes iris refulgir el deseo y
la necesidad, pero también pudo ver algo que no esperaba hallar, su mirada
reflejaba la devoción, el anhelo e incluso el amor.
Un suspiro escapó de sus labios
cuando el entendimiento arrolló su mente como un torbellino. Esa mirada, la
misma que sus inocentes ojos revelaban cuando apenas era un adolescente y sus
temblorosas manos llenaban de atenciones su miembro ávido de caricias era la
que ahora regalaba a su persona; su querido William no lo había olvidado, al
contrario, no solo lo tuvo en su memoria, sino también en su corazón.
Tendiendo su mano hacia él, expresó
sin palabras que los sentimientos eran mutuos y que había llegado el momento de
disfrutar del amor que ambos se profesaban. La delicada mano de su querido
profesor de literatura no se hizo esperar, apresando la suya con fuerza —qué
iluso si pensaba que se desharía de él tan fácilmente— sonriéndole, haciendo
que su corazón se desbocara henchido de gozo.
A partir de hoy esa habitación, que
había servido de gran lienzo en blanco, donde día a día William fue dando
pinceladas inconscientemente a lo largo de los años: con sus frustraciones, sus
alegrías, sus penas y sus propias caricias, hasta convertirla en su particular
obra de arte, solo dedicada a él, dejaría de ser un escenario inalcanzable para
Odiel, ya no sería más un mero espectador; a partir de hoy sería uno de los
protagonistas en la obra teatral que juntos escenificarían.
No revocaría la magia, posiblemente
con William no era necesaria, pero no estaba dispuesto a correr ese riesgo,
nunca lo dejaría marchar. Buscaría a otro duende con el Don de otorgar la
longevidad y lo ataría a él por toda su existencia, estarían eternamente
juntos.
No pediría su permiso ni se
arrepentiría nunca de ello. Era un duende y como bien era sabido su naturaleza
era egoísta, seres entrometidos, bromistas e incluso maliciosos... Nada de pedir disculpas al final de
la obra. Al fin y al cabo ni esto es "El Sueño de una noche de
Verano" ni yo soy Puck... pensó maliciosamente.